domingo, 29 de abril de 2007

Balance del "Pavongate"

El intercambio de mensajes electrónicos que hace tres meses recorrió nuestra “ciudad letrada” se produjo sólo unas semanas después de que aparecieran en la prensa escrita algunos indicios de una cierta apertura a la crítica y al debate. Un sentido contrario a estas señales de glassnot que no pocos asociamos a la delegación de poderes ocurrida en julio de 2006, indicaba, sin embargo, las aparición de Pavón y Serguera en sendos programas de la Televisión Cubana que motivó las protestas: después de muchos años a la sombra, el regreso del comandante del Instituto Cubano de Radiodifusión y del capitán de Verde Olivo no podía sino recordar la época en que la cultura estuvo subordinada a las FAR y a los decretos del Congreso Nacional de 1971.

En medio de un contexto así de incierto y contradictorio, aquel aluvión de emails donde gente tan reconocida como Antón Arrufat, Desiderio Navarro y Reinaldo González criticaban al ICRT tenía algo de histórico, por ser la primera vez que una considerable cantidad de intelectuales residentes en Cuba se movilizaban en una protesta no convocada por la UNEAC ni contra los “enemigos de la Revolución”. “Palabras de los intelectuales” se ha llamado, con acierto, a esas decenas de mensajes emitidos por artistas e intelectuales de todos los renombres, especialidades y generaciones: si Fidel Castro les había dejado claras las reglas del juego en 1961, ahora los intelectuales tomaban la palabra para dejar claro que el juego de hoy era muy diferente y que no estaban dispuestos a permitir ningún regreso a la época en que comisarios y funcionarios mangoneaban.

Como era de esperarse, la mayoría de los “protestantes” no fueron mucho más allá de esto; salvo excepciones, como la de Ena Lucía Portela, la crítica de los “errores” del pasado no dejó espacio al cuestionamiento radical; y el señalamiento de ello por parte de los intelectuales del exilio no podía sino poner de manifiesto la diferencia irreductible de criterios entre aquellos que hablan desde la Revolución y los que lo hacemos contra la dictadura. A ese límite vino a sumarse otro insalvable en las actuales condiciones del país: el de las fronteras del gremio. Los mensajes circularon en el marco semipúblico de los buzones electrónicos; sólo el comunicado de la UNEAC tuvo el privilegio de ver la luz en Granma, pero, ajenos a sus antecedentes e ignorantes de lo que significan para el gremio intelectual los nombres de Pavón y Serguera, la mayoría de los lectores del diario se quedaron sin entender aquello que, por otra parte, probablemente muy poco les interesaba.

El “Pavongate” puso en evidencia, también, otro abismo casi tan grande como el existente entre los intelectuales y los cubanos de a pie: ese que, a diferencia de lo ocurrido en muchos países socialistas de Europa del Este, separa a aquellos de los disidentes. Con razón, estos veían la pila de quejas y críticas un poco desde fuera, como algo bizantino, que sólo tocaba tangencialmente el quid de la situación cubana, o como una simple defensa por parte el gremio intelectual de los privilegios adquiridos con la gestión de Abel Prieto en el Ministerio de Cultura. Era inevitable que los periodistas independientes recordaran que los que ahora protestaban por la presencia de Pavón en un programa de cinco minutos callaron cuando, cuatro años atrás, fueron encarcelados 73 disidentes y fusilados tres jóvenes negros que habían cometido delito de piratería pero no de homocidio.

Ello es cierto, sin duda, pero también es un hecho que los señalamientos vertidos en el marco del “Pavongate” no se quedaron en una discusión sobre la situación de los intelectuales; como se aprecia en la intervención de Victor Fowler, la represión sufrida por estos no era sino un caso específico de las limitaciones que el gobierno ha impuesto a toda la sociedad cubana. Si la aparición del comunicado de la UNEAC repetía el patrón de las “Palabras a los intelectuales”, en que de todo el debate sólo se hizo público aquel discurso final que, en nombre de la Revolución y la Nación, lo clausuraba en todos los sentidos, es evidente que ahora no se consiguió el objetivo de poner coto a la discusión, ya explícito en las intervenciones anteriores de intelectuales oficialistas como Arturo Arango y Rogelio Rodríguez Coronel. Esa escueta declaración que ni siquiera ofrecía una disculpa fue duramente criticada, y la discusión continuó, ramificándose en varias direcciones. No sólo la memoria de un pasado pesadillesco lleno de parametraciones, libros hechos pulpa, miedo y cárcel, sino también el señalamiento, desde una perspectiva crítica dentro de la Revolución, de no pocos puntos negros del presente: la falta de espacios para ejercer la crítica en los medios masivos, las prohibiciones de películas cubanas en la televisión cubana, los últimos avatares de la censura, etc.

El "Pavongate" ha sido, así, una inmejorable ocasión para discutir la política cultural de la Revolución, sus etapas y continuidades, y esta discusión remite por fuerza al tema medular de la responsabilidad de los intelectuales cubanos en el crecimiento de ese monstruo que, como Saturno a sus hijos, terminó devorando a tantos para, en algunos casos, rehabilitarlos después paulatina y silenciosamente. En cierto modo, el debate que se reprimió en los ochenta cuando los marginados fueron autorizados a volver a trabajar en las instituciones culturales y a publicar libros y artículos en las revistas, se ha venido a producir ahora, con un retraso de dos décadas, gracias a la reaparición televisiva de Pavón y Serguera.

viernes, 27 de abril de 2007

Cuatro escritores cubanos en "Bogotá 39"

A raíz de la designación de Bogotá como Capital Mundial del Libro y del aniversario 39 del Hay Festival en esa ciudad, se lanzó hace algunos meses la convocatoria del evento "Bogotá 39", que, intentando recuperar un poco el espíritu generacional que caracterizó al Boom en los sesenta y los setenta, reunirá en agosto a los 39 mejores escritores de América Latina menores de 39 años. En la lista de los seleccionados por un jurado compuesto por tres reconocidos novelistas colombianos, hecha pública ayer en el marco de la Feria del Libro de Bogotá, hay cuatro escritores cubanos: Ena Lucía Portela, Karla Suárez, Wendy Guerra y Ronaldo Menéndez.

Después de Colombia, Cuba es, junto a Brasil y México, el país que más autores aporta a este curioso canon sub 39, lo cual podría verse como un índice de la salud de la literatura cubana contemporánea. O, por lo menos, de cómo nuestros compatriotas han sido capaces de insertarse en el competitivo mercado literario de España, pues aunque la selección se hizo en América Latina, las nominaciones provinieron mayormente de aquellas editoriales españolas que legitiman y otorgan visibilidad más allá de sus países de origen a los nuevos narradores del continente. La distinción recibida por estos cuatro escritores suscita además la pregunta de si no hay otros narradores y, sobre todo, poetas cubanos menores de 40 años que merecerían haber sido seleccionados. Dado mi precario conocimiento del tema, no soy el más indicado para responder a esta cuestión, pero sí opino que entre los que representarán a Cuba en "Bogotá 39" hay por lo menos uno, Ena Lucía Portela, que sí tiene una incuestionable proyección internacional.

Con sólo 34 años y cinco libros publicados, Portela es, acaso, la escritora más reconocida de su generación. Licenciada en Letras Clásicas por la Universidad de La Habana con una tesis sobre Aristófanes, Ena Lucía fue incluida en la antología de Salvador Redonet Los últimos serán los primeros y unos años después, en 1997, ganó con su primera novela, El pájaro: pincel y tinta china (Unión, 1998), el premio “Cirilo Villaverde” de la UNEAC. Luego, la obtención del Premio de Cuento Juan Rulfo de Radio Francia Internacional en 1999 con “El viejo, el asesino y yo”, marcó el comienzo de una carrera muy exitosa fuera de Cuba que ha tenido su mayor hito en la novela Cien botellas en una pared, merecedora del premio Grinzane Cavour-Deux Océans, concedido cada dos años por la crítica francesa al mejor libro latinoamericano publicado en Francia. No deja de ser llamativo que esta obra, publicada en España por la editorial Debate y traducida después a siete idiomas, no obtuviera el Premio de la Crítica en Cuba cuando fue editada por Unión en 2003.

martes, 17 de abril de 2007

“Alamar Express”: la nueva contracultura urbana

Aprovechando que Conni ha colgado "Lucha tu yuca", reproduzco aquí un breve comentario del CD "Alamar express" que publiqué hace más de un año en Encuentro en la red.

No por gusto el principal foco de contracultura urbana en la Cuba contemporánea se encuentra justo en Alamar. Con la deprimente monotonía y la escasa amabilidad de sus edificios, ese curioso reparto construido en la década del 70 al este de la Habana reproduce mediocremente la arquitectura de los países socialistas de Europa, la cual constituye a su vez una degeneración del estilo funcionalista del Bauhaus. Ciudad habitacional concebida como la casa (nueva) del hombre nuevo, Alamar remite, desde su toponimia misma, a la ingeniería social que recorre el siglo como un persistente fantasma: piénsese en el céntrico punto llamado “Onceno Festival”; en la árida playita llena de piedras y erizos conocida como “la playa de los rusos”; en el extremo más oriental e inhóspito, ese “Micro X” popularmente bautizado como “La Siberia”.

Pero hoy poco queda de aquellos rusos, poco de aquel lirismo juvenil; poco, en fin, del “hombre nuevo” más que en el cinismo de los discursos oficiales y en las ansias anticapitalistas de algunos intelectuales trasnochados. El sueño de la razón ha producido monstruos. Más de cuatro décadas de socialismo no van dejando sino dictadura y miseria a partes iguales. Sin remitir ya al futuro paradisíaco por conquistar, e incapaz de evocar un pasado momento de esplendor, como las espléndidas casonas burguesas convertidas en cuarterías, en los tiempos republicanos, o los otrora glamorosos jardines del Vedado sembrados de plátanos, en los años sesenta, Alamar representa mejor que ningún otro barrio de la capital un presente de desastre.

En las piezas que conforman el CD “Alamar Express”, producido por la Oficina Cultural y de Cooperación de la Embajada de España en Cuba, ese desastre se expresa con el estilo radical del hip hop, la poesía experimental, la narrativa sucia y la trova más nueva, esa que poco recuerda a la “nueva trova”. Lejos del lirismo de los cantores de la utopía, los artistas del grupo Omni-Zona Franca y sus invitados muestran la Cuba que no aparece en los periódicos ni en la televisión nacionales. A la risible epicidad de la retórica “Batalla de Ideas” oponen el registro de la miseria cotidiana: el hambre, el problema de la vivienda, el racismo, la discriminación estatal de los nacionales, las abusivas medidas del gobierno. Todo aquello con lo que el cubano de a pie tiene que lidiar diariamente en esa otra batalla, mucho más material que la que tiene su teatro de operaciones en la “mesa redonda” y la “tribuna abierta de la Revolución”, que es la lucha por la sobrevivencia.

“Lucha tu yuca” –dice el trovador Raymundo Fernández Moya– “Lucha tu yuca taíno / lucha tu yuca / que el cacique delira / que está que preocupa / tú taíno tú lucha tu yuca. // El cacique mandó cantones / a contar / a la tribu quiere censar / el bohío que ocupas / prepárale un ritual / no sea que lo declaren ilegal. // La jugada está apretada / todo el caney lo sabe / que no abunda el taparrabo / y no alcanza el casabe / que está cara la magia y más / la medicina y que se nos prostituyen / las taínas. // Trabaja, trabaja, cómo suda el indito / y la tribu vive al margen del delito / el Nucay al cacique no le sacia el apetito / que te está poniendo en fula el areíto.”

No menos humor hay en otra de las piezas más llamativas del CD: “Ubiku”, de Yohamna Depestre Corcho. La narradora confiesa en este breve relato haber asesinado a los demás miembros de su familia por los 845,1 cm de losas del minúsculo apartamento familiar. Con magistral ingenio y humor negro refleja así la desesperante promiscuidad que se vive en Alamar, y la imposibilidad de liberarse de ella por medios más civilizados como alquilar un piso o siquiera una habitación en uno compartido. El régimen no produce solidaridad sino violencia. No favorece la realización de los individuos sino su frustración. Como dice el “Plan económico” de Balesy Rivero: “Economía. / Hemos logrado el plan del año. / Mil cien jineteros, / dos mil jóvenes prostitutas, / ocho mil oportunistas, más / trescientos incapacitados no mentales / y el síndrome de la mediocridad.”

Pero la cita de las letras, facilitada por el folleto que acompaña al CD, no alcanza desde luego a trasmitir el espíritu de un arte esencialmente performático, animado por el propósito de romper las barreras entre el arte y el público, la obra y su contexto. Termino entonces señalando esta extraña paradoja: la impronta vanguardista del arte de los sesenta, al que subyacía el deseo revolucionario de que la palabra y el acto se confundieran, sobreviene ahora desde los márgenes de la ciudad y del estado. De vuelta de la utopía, estamos en presencia de un arte revolucionario: el arte de la “revolución antitotalitaria”. Revolución que, acaso sin darnos cuenta, ha comenzado desde el momento en que oponemos las necesidades materiales a las sempiternas coartadas ideales o espirituales.

sábado, 14 de abril de 2007

El pavonato explicado a los niños (Comentario a una propuesta de García Borrero)

Ante el reto de explicar el pavonato “a los niños” –es decir, a quienes no tienen la menor idea del asunto- García Borrero propone una interesante analogía entre este y el “bullying”, "ese lamentable fenómeno que en todas las épocas se ha conocido como acoso escolar, ese a través del cual los alumnos más fuertes (o líderes) del aula abusan sistemáticamente del más débil, o del que está en minoría, al no compartir los rasgos dominantes en el colectivo. El bullying puede ser de tipo físico, verbal, psicológico o social, y si bien son dos o tres los que practican el abuso metódico, lo peor es que el resto de los estudiantes renuncian a parar el atropello, estableciendo una suerte de pacto de silencio (bullying indirecto) que muchas veces desemboca en tragedia para el afectado.” Los artículos de Leopoldo Avila que en 1968 anunciaron el pavonato ilustran, según García Borrero, “estas características del bullying al cual hemos apelado para intentar entender lo sucedido: se trataba de artículos que en nombre de la Revolución (su defensa) no dudaron en ensañarse con personas a las cuales intentaron doblegar su autoestima, fomentando la impresión pública de que ocupaban un lugar denigrante dentro del colectivo social. Fue una época en la cual el deber se confundió con la falta de piedad.”

Ahora bien, está claro que en esta analogía las víctimas son los intelectuales y todos aquellos que muestran una “conducta impropia”, pero no tanto quién hace el papel del niño maltratador, los comisarios o el estado, pues no es lo mismo enseñarse con alguien “en nombre de la Revolución”, que el hecho de que la Revolución se ensañe con la gente. A pesar de que García Borrero, a diferencia de Desiderio Navarro, reconoce que Pavón no hizo sino cumplir los decretos de ese Congreso Nacional de Cultura cuyas conclusiones, expuestas por Castro en el discurso de clausura, le parecen “desafortunadas” y “discutibles”, él afirma que “En “Leopoldo Ávila” caben todos aquellos que alguna vez (a voluntad o sin quererlo) nos hemos sentido inclinados a considerar al adversario, inferior, tan solo por ser expresamente “contrarrevolucionario”." Y enseguida añade: “Seguir creyendo en la necesidad de un mundo mejor (en la necesidad de un verdadero humanismo social), a estas alturas no nos debería llevar a la locura de considerar que en ese mundo no tienen derecho a existir quienes no coincidan con nuestro credo político. Pero para el cubano aprender esa verdad implicará, más que un aprendizaje político, un acto de superación cultural. Si se releen los artículos de Leopoldo Ávila se verá que, firmados por otros nombres, esa actitud prepotente de líder de aula respaldado en este caso por el Estado, no ha estado ausente en muchas de las polémicas originadas en Cuba en décadas posteriores. Todavía hoy pueden leerse algunos ejemplos.”

Aquí creo que se revela cómo la analogía propuesta por García Borrero falla en expresar la esencia del pavonato. Lo realmente distintivo de este no es esa intolerancia hacia el adversario o el diferente que él considera un rasgo del "cubano" manifiesto en polémicas posteriores. Que la "actitud prepotente" haya estado respaldada en aquel caso por el estado es fundamental, pues se trataba, más que de respaldo, de la agencia del estado mismo. Es decir, siguiendo la analogía con el bullying, habría que decir que el "líder del aula" era ese estado encarnado en el Máximo Líder, y no había posibilidad alguna de cambiarse de escuela o darle la quejas a la maestra, pues salir del país era tan impensable como protestar por los atropellos: el pavonato constituyó la clausura de la polémica central de los años sesenta con el triunfo de la tendencia dogmática que había tenido por tribuna revistas como Mella, Alma mater y Verde Olivo, en detrimento de la parte "liberal" que se expresaba en publicaciones más elitistas como La gaceta de Cuba y Casa de las Américas. Pero reconocer la existencia de esta controversia y de ciertos espacios en la década de 1960 no debe llevarnos a afirmar, como hace García Borrero, que con el "quinquenio gris" “ se hacía natural entre los cubanos la visión maniquea de un mundo que solo percibe dos tipos de inquilinos: los revolucionarios y los contrarrevolucionarios." "Esa visión" que, en efecto, "con otros matices, todavía perdura”, se había naturalizado desde los primeros años de la Revolución; lo que se fue reduciendo a lo largo de la década de 1960 fue el margen de la crítica y la expresión tolerado "dentro de la Revolución", pero el maniqueísmo es constitutivo del sistema socialista declarado diez años antes del Congreso Nacional de Educación y Cultura.

Antes de 1959, el cubano tenía los mismos defectos y no existió nada comparable al pavonato, pues este no constituye sino la manifestación más cruda del régimen comunista, aquella forma donde su contenido totalitario quedó mejor perfilado. En mi opinión, la analogía con el bulling falla en la medida en que escamotea justamente esto al presentar como violencia antropológica lo que es más bien violencia ideológica. Lo que hay detrás del pavonato no es la necesidad de autoafirmación en el abuso a los más débiles, sino la utopía comunista de "un mundo mejor"; desde luego que a nivel individual aquel elemento existió mezclado a la envidia y el resentimiento de personas llenas de prejuicios, pero todo esto fue aprovechado por un dispositivo eugenésico que pretendía organizar íntegramente la vida en torno a la producción y la defensa: el doble propósito de formar el "hombre nuevo" y desarrollar aceleradamente el país subyace a la confluencia del antiintelectualismo y la homofobia que constituye el pavonato.

Por ello, creo que una explicación del fenómeno a los niños tendría que darle mayor importancia a lo que García Borrero sólo menciona tangencialmente cuando afirma que “La grotesca autoinculpación (de Padilla) origina una segunda carta internacional de intelectuales, esta sí expresando “la vergüenza y la cólera” ante lo que se considera un fragante ejemplo de lo que puede ser imitación de aquel dogmatismo stalinista que tanto sufrimiento provocó a numerosos inocentes”. Aquel terror estalinista, inseparable de la industrialización forzosa de la Unión Soviética, es el modelo histórico del pavonato. Este no constituye en modo alguno una desviación de la Revolución sino el destino, ya prefigurado en las "Palabras a los intelectuales", del camino socialista que esta adoptó en aquellos primeros años en que los sectores democráticos del movimiento antibatistiano fueron despiadadamente eliminados por Castro. En aquella consigna de 1961 según la cual "Si Fidel es comunista, que me apunten en la lista" estaba ya, in nuce, el terror del pavonato.

miércoles, 11 de abril de 2007

Paradojas del "experimento cubano"

A pesar de su compromiso a favor de la liberación de los presos políticos cubanos, las declaraciones de Oliverio Toscani no dejan de revelar que la simpatía de otro tiempos da paso, entre algunos intelectuales de izquierda sentimentalmente ligados a la dictadura de Castro, a una cierta nostalgia de lo que ya se percibe como perdido en “el experimento cubano”.

Preguntado por el futuro de Cuba, el fotógrafo italiano responde: “Llegarán los americanos y lo llenarán todo de McDonalds, y descafeinarán los valores de la isla. Será una Florida bis. Ni más ni menos. Las características de Cuba y de la cultura cubana serán destruidas por completo por el rodillo de las multinacionales estadounidenses.” Por los años en que Toscani viajó a Cuba junto a Luciano Benetton, mediados de la década de 1990, también visitó la Isla el norteamericano Bill Grifith, un exitoso autor de comics procedente de los movimientos contestatarios de los sesenta, quien a su regreso a Estados Unidos habló de la Cuba de Castro en una entrega que evidencia muy bien el maniqueísmo subyacente a ese tipo de percepciones apocalípticas. Mientras Zippy the Pinhead, prototipo del norteamericano inculto y alienado por la sociedad de consumo, echa de menos los McDonalds y Pizza Huts, Griffy, alter ego del autor, encuentra en Cuba “el único lugar del mundo no contaminado por el consumismo norteamericano.” (“Cuba Uncovered”, Zippy Quaterly, San Francisco, mayo de 1995).

El principal efecto de la Revolución sería, desde esta perspectiva, el haber salvado a Cuba de una globalización capitalista que arrasa como una aplanadora con las autóctonas culturas nacionales dejando en su lugar el sello “made in USA”. Concebida en los sesenta como una avanzadilla del progreso –pues no se trataba sólo de sacar a Cuba del subdesarrollo sino de construir simultáneamente el socialismo y el comunismo-, la Revolución no parece dejar otro saldo que un efecto conservador que resulta particularmente notable desde que, tras la caída del muro de Berlín, el estado cubano continúa resistiéndose al capitalismo y echa mano del nacionalismo para legitimarse.

Más de un fotógrafo extranjero se ha sentido atraído por esa curiosa manifestación de la impronta conservadora de la Revolución que constituye la confluencia de objetos de distintas épocas y procedencias en el interior de las casas cubanas: muebles antiguos con el aura de época de la antigua burguesía al lado de ventiladores rusos o polacos, todo ello conviviendo con productos del mercado capitalista adquiridos en las tiendas en dólares. Consecuencias de la necesidad, de la escasez que ha obligado a la gente a no desechar nada, de la experiencia cubana de aquella “rareté” de la que tanto hablara Sartre en su Critique de la raizon dialectique, estas contigüidades ofrecen a la mirada extranjera un efecto sorprendente, casi surrealista, análogo quizás a aquel realismo maravilloso que Carpentier percibía en la contemporaneidad de todos los períodos históricos en el continente americano. Esto que emprestando una conocida frase de Ernst Bloch podemos llamar la “simultaneidad de lo no simúltaneo”, no ya de la técnica y el mundo premoderno de los instintos como en el nazismo, sino de los autos de los años cincuenta y los carteles fidelitas, define un extraño museo en el que se conserva no tanto un animal prehistórico como una especie de quimera, mezcla pintoresca de materiales heterogéneos.

Preguntado por el futuro de Cuba después de Castro, Toscani contesta: "Cuba es un país de cultura. Sería muy bonito que se creara en la isla una universidad mundial de la Revolución. Una especie de facultad de Ciencias Políticas de la Revolución”. El “experimento cubano” le parece “interesante”, y eso que propone para después de la entrada del país en la normalidad de la democracia y el consumo, sería “bonito”. No salimos, pues, de la dimensión estética. Pero, desde otro punto de vista, el de los conejillos de Indias del susodicho experimento, aquí se esconde una teratología. Esa “Facultad de Ciencias Políticas de la Revolución” sería la última etapa del turismo revolucionario iniciado con Sartre, el último monstruo de la estirpe revolucionaria de Fidel Castro.

lunes, 9 de abril de 2007

Castro entrevistado en El País

Creo que es en De Peña Pobre donde Cintio Vitier, hablando de los primeros tiempos de la Revolución, afirma que Fidel le tomaba el pulso a ese gigantesco organismo que es la masa liberada. Ahora, cuando el ciclo de Castro se está cerrando, Norberto Fuentes afirma, en reciente entrevista al diario El País, que es él quien mejor le ha tomado el pulso al Comandante. Su cercanía a Castro, su conocimiento de su manera de pensar, lo convierten en la persona más indicada para contar las peripecias del Comandante.

Pero Fuentes cae en una contradicción de la que no parece ser conciente: por un lado, dice evadir en su Autobiografía de Fidel Castro "los lugares comunes” que no ven en él más que “un dictador, un asesino con las manos manchadas de sangre”, para intentar “entender un fenómeno, una fuerza de la naturaleza, que existe, que está ahí, que quedará permanentemente en la historia"; por el otro, su identificación con Castro, que va más allá de esa primera persona adoptada en su libro, no le permite, evidentemente, la mínima distancia requerida para comprender ese “fenómeno”.

Preguntado por la admiración que muestra hacia su personaje, responde: “Si hay admiración, es la admiración que él mismo se tiene. Y además con toda razón. Él puede tenerse toda la admiración que quiera.” Preguntado por los vicios, ofrece esta insólita contestación: “Tiene muchos, pero él mismo le diría: ¿por qué mirar las manchas del sol? No vamos a valorar a Fidel Castro por sus vicios, sino por sus virtudes, por lo que ha sido su obra personal como gobernante.” Quien habla aquí es, pues, siempre Fidel Castro: alguien que ha matado porque la Revolución se lo ha pedido; un ser capaz de afirmar, sin asomo de ironía, que “Somos hoy una potencia política, Cuba cuenta en todos los foros y nadie nos puede pasar por alto”.

Tal parece que, fascinado desde siempre por la violencia revolucionaria, Fuentes intuye que su gloria literaria depende de la grandeza de su objeto. Por ello insiste en ver epopeya donde hay comedia, personaje homérico donde hay uno becketiano. Por ello se resiste a reconocer que Castro, humillado cuando la crisis de los misiles, plantó cara a la Unión Soviética en los sesenta hasta que, habiendo destrozado la economía con sus delirios agropecuarios, tuvo que entrar por el aro; y que el anciano valetudinario y delirante que hoy se empeña en que su voz de ultratumba siga siendo la única que se oiga en la Isla arruinada, se parece más al ridículo dictador descrito por García Marquéz que al revolucionario victorioso que en su Autobiografía nos lega "la intrascendencia".

viernes, 6 de abril de 2007

Muñequitos rusos, nostalgia cubiche

Desde que descubrí el blog Muñequitos rusos, el tema me ha estado dando vueltas en la cabeza. Gracias a los posts de Akekure y a los muchos comentarios de sus lectores, más la ayuda inestimable de YouTube, he ido recomponiendo unas historias infantiles de las que sólo me quedaban algunas imágenes y frases sueltas. Al cabo de veinte años, después de visionarlo en ruso, que es como decir en chino, y en colores por primera vez, he recuperado, por ejemplo, esa fábula del elefantico orejón que, tras comerse el fruto del árbol en que se convierte la espina regada por él, crece súbitamente hasta merecer el nombre de “Elefante”. “Orejitas a cuadros”, “Pelotica traviesa”, “Microvic”, “Bakulin y Plejachi”, “El cartero Fogón”, "La familia Florich", entonces odiados, se han vuelto recuerdos más concretos y hasta entrañables.

La nostalgia no ha de desterrar, sin embargo, del todo a la crítica; hay que preguntarse qué sentido tiene este "revival" de unos dibujos animados que, como evidencia la famosa anécdota de Bernabé en Detrás de la fachada, buena parte si no la mayoría de los niños cubanos aborrecíamos. "The cartoons have become an important marker for this generation of Cubans born in the late 1960s and early 1970s. Although some members of that generation articulate that they never truly liked those cartoons, they still serve them as symbolic glue in today’s world", apunta Jacqueline Loss en un agudo ensayo dedicado a rastrear en el arte y cultura de los noventa los restos del imperio soviético en Cuba (“Vintage Soviets in post-Cold War Cuba”,
Mandorla: Nueva Escritura de las Américas, 7, Spring 2003).

Lejos de la intención crítica, paródica, con que esta huella aparece en "Los músicos de Bremen" de Porno para Ricardo y su correspondiente video clip, muy bien analizada por Loss, Muñequitos rusos aparece como el sitio del puro recuerdo, ajeno a toda intervención artística o política. Pero la pureza de esa memoria sólo puede ser conservada con un sostenido esfuerzo de desterrar a la política: en el campo donde se cultiva la memoria de aquella etapa anterior a la caída del muro de Berlín se da una inevitable tensión entre nostalgia e ideología que vale la pena pensar un poco.
La declarada intención de Akekure de dejar fuera el tema político para no enturbiar el recuerdo compartido de aquellos dibujos animados, responde desde luego al propósito de trascender momentáneamente las diferencias políticas, cumpliendo la fantasía de ser de nuevo niños sentados a las 6 de la tarde frente al televisor Caribe. Ahora bien, esta fantasía podría resultar sospechosa de encubrir otra cuyo objeto no fuera ya ese “paraíso de la infancia” que en palabras de Jean Paul “todos debemos abandonar y hacia el cual todo regreso nos está prohibido por la edad, por la espada resplandeciente y cortante de la experiencia”, sino aquella etapa de amistad cubano-soviética que, entre 1972 y 1990, coincidió con la presencia entre nosotros de un buen número de productos culturales de los que, sin dudas, los más consumidos fueron justamente los muñequitos rusos.
Ciertamente, en algunas frases de Akekure es posible percibir cierta simpatía hacia el régimen cubano: la nostalgia del paraíso anterior a las preocupaciones y el estrés de la vida adulta llega a confundirse con la nostalgia de aquellos valores morales provocada por esta sociedad individualista y consumista. No es casual que a raíz de un post dedicado justamente a la ostalgie (uno de cuyos iconos fundamentales son Bolek y Lolek, el par de niños protagonistas de aquella serie de animados polaca que tanto vimos en Cuba) haya estallado el debate en torno a una cuestión política que, expulsada por la puerta principal, ya retornaba inevitablemente por la ventana de la cocina: anunciando el pistoletazo en el concierto de Akekure, un aventurado comentarista anónimo había interpretado “Fantito” como una predicción alegórica de la caída del comunismo en la que Tusa Cutusa, el “animal feroz”, representa al sistema represivo y Fantito al pueblo soviético en su largo camino de liberación.
Después de describir el curioso fenómeno de la ostalgie como “el deseo de regresar a una época donde uno todavía tenía esperanzas y sueños de un mundo muy distinto al de hoy, teñido por la desilusión”, Akekure apunta: “Pero esto no se diferencia mucho de lo que experimentamos con este blog recordando a los muñequitos rusos o todo aquello nos hizo tan felices en nuestra niñez. Al final todos sufrimos o disfrutamos la nostalgia y en el caso del sistema comunista nuestros recuerdos son más comunes (valga la redundancia )… convivimos con lo mismo: el mismo televisor, la misma pasta de dientes, las mismas colonias, las mismas compotas de manzana, el mismo uniforme, los mismos carros, los mismos juguetes y hasta los mismos espejuelos (aún recuerdo que los espejuelos míos (13 años) y de mi madre (40 años) eran idénticos pero de distinto color). Al final coincidimos más que la mayoría en nuestros recuerdos, quizá hoy no tanto en nuestros ideales políticos, pero ¿y eso que importa?”. Y, en respuesta a los lectores que le reprocharon olvidar que compartimos, además de todas aquellas cosas, “la misma falta de libertad”, insistió: “Este es un blog de muñequitos, DE NIÑOS, de recuerdos, no de política ni de violencia ni de guerra”.
La ostalgie, definida por Zizek como “un continuado apego sentimental al difunto «socialismo real» de la antigua RDA: el sentimiento de que, a pesar de todos sus defectos y horrores, algo precioso se perdió con su caída”, refleja la dificultad de toda una generación formada en el sistema comunista para adaptarse a una sociedad regida por la competencia y la iniciativa privada, o, entre los más jóvenes, que eran niños cuando cayó el muro, una simple rebeldía anticapitalista con algo de snobismo. En el caso cubano, no se ha producido el tránsito no por anhelado menos traumático de un sistema donde la vida, del todo regida por el estado, era más sosegada y segura, al mundo dinámico e individualista del capitalismo, pero las dificultades de la vida cotidiana en el “período especial” sí han sido el caldo de cultivo para una cierta nostalgia de la relativa abundancia de los años ochenta. En medio de escaseses sin cuento, se tiende a idealizar ese "mundo de ayer" en que uno podía comprar un litro de leche por la libre y hasta algunas manzanas en el puesto de la esquina, y se comprende que muchas personas, asfixiadas por tan perentorias necesidades, de buena gana regresarían a aquella época en que los fungibles venían “convoyados” con las clases de marxismo-leninismo, las guardias de comité y, desde luego, los muñequitos rusos.
Ahora bien, la mayoría de los comentaristas del blog de Akekure, así como los que se han dedicado a subir a YouTube muchos de aquellos dibujos animados, viven fuera de Cuba, son parte del grupo enorme de los que se han salvado de Tusa Cutusa mediante la última de las maneras posibles: saber escaparse. "Even though the first waves of Miami Cubans felt that their world was destroyed by the Soviets, in more recent years, successive generations of immigrants transform Miami, and in the absence of Cuba, they utilize los muñequitos rusos as a resource to reconstruct their youth and homeland", apunta Loss. Se trata, evidentemente, de un fenómeno sociológico significativo: es en Miami donde se ha extendido la costumbre de alquilar muñequitos rusos, junto con programas de la televisión cubana de antes y de ahora, mientras que en los bancos de video clandestinos de La Habana lo que se oferta son programas de “allá”: El show de Cristina y Sábado gigante constituyen un escape a las mesas redondas y los discursos ideológicos, vislubres del mundo maravilloso que es la sociedad de consumo para quienes viven en la Isla.
Los muñequitos rusos vienen a cumplir, para estos exiliados o emigrados que no conocieron la Cuba anterior a la llegada de Castro, una función menos “ostálgica” que identitaria. Al constituir una parte importante de la memoria de un par de generaciones de cubanos nacidos después de 1959, sirven para reafirmar no un sistema político sino una experiencia nacional-cotidiana. El hecho mismo de que los repitieran una y otra vez, que tanto nos molestaba entonces, contribuyó a fijar un repertorio de frases e imágenes que hoy no por gusto son parte de esas “pruebas de cubanidad” que, parodiando a las de nacionalidad norteamericana, han proliferado en foros y sitios cubanos. ¿quién, nacido entre fines de la década de 1960 y los de la siguiente, no sabe qué es lo que va regar Fantito? ¿o que Naricita, el triste rinoceronte enjaulado, “se hiela, no come nada”?
Hemos pasado, pues, del modo ingenuo en que los niños que fuimos consumimos esos dibujos animados en los setenta y los ochenta, al modo sentimental del exiliado que los consume como significantes de todo un sistema de experiencia. Pero en el blog de Akekure el rescate sentimental que propiciaría el regreso imaginario a aquella fase del espejo en que no habíamos entrado aun en la traumática escisión de lo simbólico pasa por una actividad historiográfica y analítica que evidentemente constituye un paso más lejos de esa ingenuidad que se pretende reproducir. De niños, no distinguíamos entre los muñequitos rusos y los que procedían de otros países socialistas, ni teníamos conciencia de cuándo fueron realizados, ni nos interesaba de dónde procedían sus argumentos. Es sólo ahora, gracias a esta distancia paradójica, que los muñequitos rusos, entonces subvalorados en relación de aquellos otros americanos que eran familiares para nuestros padres, se nos vuelven realmente valiosos desde el punto de vista estético.
Si durante las primeras décadas de la Revolución la animación soviética siguió los modelos de Disney, y aun después de la segunda guerra mundial muchos también fueron influidos por la Warner, como manifiesta la obvia semejanza de ¡Nu pogodi! ("Deja que te coja" en la versión cubana), la serie más famosa de la URSS, y "Tom y Jerry", de Hannah & Barbera, en los sesenta y setenta se desarrollaron estilos muy originales en aquel campo que, a diferencia de otros terrenos artísticos, estaba menos determinado por el dogma ideológico. Fantito, con su fondo espectral y su música electrónica, es una joya, como lo son Los músicos de Bremen y, sobre todo, El rescate de las novias.
Esta mezcla de valor estético y valor sentimental es, en mi opinión, lo que distingue al blog de Akekure. En medio de tantos sitios cubanos dedicados a la actualidad política o al análisis de nuestra catastrófica historia reciente, "Muñequitos rusos" viene a ser una especie de oasis reparador. Allí la memoria no es inconsolable, como lo es siempre que está en primer lugar el recuerdo necesario de la Hecatombe que ha sido la Revolución; no es memoria de la vida dañada por la represión policíaca, el adoctrinamiento ideológico y las dificultades materiales, sino rescate de una experiencia que la magia de la infancia alcanzó a preservar de la plaga de langostas.

miércoles, 4 de abril de 2007

Cuba: Isla de la divina botella

Aunque este blog está dedicado sobre todo a la etapa revolucionaria ("la memoria inconsolable", en la célebre frase de Hiroshima, mon amour, de Margueritte Duras -"J'ai veux avoir une memoire inconsolable"- se refiere a la guerra mundial y a la bomba atómica, es aquí sobre todo memoria de los desastres de la revolución de 1959, de esa Hecatombre nuestra que dura ya casi cinco décadas), nunca viene mal recordar, de una u otra forma, etapas anteriores: la Revolución remite a la República y esta a la Colonia, trinidad que conforma lo que, emprestando una farse de Paz, cabría llamar "nuestra terrible fábula histórica". Ahora quiero rescatar un muy poco conocido artículo de Antonio Iraizoz, donde se critica por medio del humor la difundida práctica de la "botella" en la República. Instaurada, según se dice, por las autoridades norteamericanas durante la segunda Intervención (1906-1909), la "botella" está vinculada a un rasgo que los analistas del "carácter nacional" señalaban una y otra vez: el "vivo" que medra a costa del erario público es uno de los tipos fundamentales de aquella República donde mandaban el relajo y el choteo. La Revolución acabó, desde luego, con la "botella"; el estado se convirtió en único empleador y el clientelismo, vinculado a los caudillismos heredados de la guerra de independencia, fue retomado así en clave totalitaria. La "botella" quedó solo como recuerdo de un pasado lamentable, pasó a integrar la leyenda negra de la República. Una historia que conocemos.


Antonio Iraizoz. "En busca de la divina botella" (Libros y autores cubanos. Editorial Rosareña, Santa María del Rosario, Cuba, pp.110-113)

A las postrimerías de su vida, Anatole France debió encariñarse con el genio de Rabelais. El maestro por excelencia del humorismo y de la ironía, penetraba con delectación principal en la obra del que abrió con su gracia y con sus risas las puertas del Renacimiento. Rabelais, hermano y precursor de Cervantes, perseguido e inquieto como el manco glorioso, soldado este, médico aquel, poblaron ambos con su fantasía un mundo de héroes imaginarios. No por irreales dejan de ser símbolos eternos de actitudes constantes, muy humanas, ante la vida. Gargantúa, Pantagruel, Panurgo, como Quijote y Sancho, reaccionan y se proyectan entre arrebatos y debilidades del mismo modo que los hombres de todas las épocas ante las flaquezas, las miserias, los egoísmos, los sueños y los delirios del espíritu y las tristes exigencias de la carne.

Dedicó el sonriente maestro francés su última obra a un análisis de los celebérrimos personajes Gargantúa, Pantagruel, Panurgo, creaciones inmortales del genio rabelaisiano. Fue cazando detalles autobiográficos del monje de Chinón, del médico de Montpellier, los cuales, ensanchados o desfigurados, deslizó Rabelais en su libro imperecedero. Halló los puntos de contacto entre sus andanzas - afanoso de sabiduría -, y las chuscas peripecias de Pantagruel y sus compañeros en busca del oráculo de la Divina Botella. Claro que este viaje rabelaisiano constituye una burla clásica a la demanda del Santo Grial, que tanto apasionó la imaginación del medioevo. Los navíos pantagruélicos van tocando en diversas islas significativas: la isla Sonante, donde se oyen voltear constantemente las campanas; la isla de los Herrajes, donde los árboles en lugar de frutas producen herramientas; la isla de la Superchería, poblada por gente vendedora de falsas antigüedades; la isla de la Condenación, asiento de la justicia criminal que administran gatos encapuchados. Aquí, el despojo es la divisa; llaman al vicio, la virtud; al hurto, liberalidad. La Isla del Tribunal de Cuentas, “donde los ignorantes emplean todo su tiempo en oprimir las casas, los campos y los prados para que destilen dinero con la presión que les hacen, de cuyo dinero solo una parte llega a la hacienda real, lo demás desaparece.” Y así continúa este bojeo por tan caprichoso archipiélago hasta alcanzar la Divina Botella, en cuyo templo, de puertas de bronce, en caracteres griegos, grabados en oro, aparece la imborrable leyenda: “en el vino está la verdad”.

En Cuba también tenemos otro oráculo de la Divina Botella, con un simbolismo más extraño aun que el que le dio Rabelais, movido por sus preocupaciones religiosas. (Rabelais se educó en un convento; fue monje; advirtió la necesidad de reformar la Iglesia; por sus sátiras, si se descuida, lo tuestan en una hoguera). La Divina Botella tropical es más compleja, aunque menos alegre. Por alcanzarla están los cubanos dispuestos a sacrificarlo todo: creencias, partidos, hábitos de trabajo, la propia estimación. El alto ideal de cada cubano es abrazar una Divina Botella como cualquier religioso se abraza a una cruz. Aunque no le haga mucha falta, siente voluptuoso deleite por recibir cada mes, tras una firma en cualquier nómina, el cheque más o menos remunerante que expiden los pagadores oficiales. Lejos de producirle sonrojo recibir una cantidad por algo que no han hecho, se siente hombre superior, ciudadano de primera categoría, si puede obtener las mercedes de la Divina Botella. No oculta el favor ilegal: lo pregona. No significa un demérito en su condición, sino timbre de honra e importancia de su ciudadanía.

¿De dónde se extrae el líquido que luego se contiene en la Divina Botella? Por paradoja también, vivimos en la Isla del Tribunal de Cuentas de la ficción de Rabelais. Legiones de ignorantes emplean todo su tiempo en oprimir los negocios, los campos de caña, las vegas de tabaco, los potreros de ganado, los cafetales, los sembradíos de tomate, los talleres de la industria, las tiendas del comercio, la renta de las casas. Todo tiene que destilar dinero a la fuerte presión de los inspectores, los burócratas, de los alcabaleros municipales. Y del dinero, solo una parte llega a la hacienda real; lo demás desaparece…

Miradas así las cosas, no debemos desesperar por nuestras vernáculas deficiencias. Son viejos achaques humanos. Los vicios de los hombres se han presentado en la misma forma bajo todos los tiempos y latitudes. Solo las virtudes pueden exhibir originalidad. Rabelais escribió cuando hacía muy pocos años que Cristóbal Colón había descubierto la América. Dadas las características de su época, no pudo escribir libremente, ampliamente, todo lo que vio y todo lo que sabía. Se valió de formas veladas. A pesar de ello, no pudo eludir la condenación de la Sorbona en los dichos y hechos heroicos del noble y bueno de Pantagruel. Rió con una carcajada tan sonora, que aún hoy, a cuatro siglos de distancia, resuena en nuestros oídos. ¡Quién iba a decirle que más allá del Mar Tenebroso, algo lejos de cuantas tierras exploraba Cartier por entonces, había un archipiélago endiablado donde la Divina Botella tendría un templo también, y unos ritos y liturgia de mayor sustancia.

domingo, 1 de abril de 2007

Sesión de poesía: tres inéditos de Pedro Marqués

Si de Los altos manicomios (1994) a Cabezas (Unión, 2002) Pedro Marqués derivó hacia una experiencia de la poesía cada vez más despojada del lirismo accesorio que presta la cultura, ahora, en ciertos poemas escritos en el exilio se aprecia otro tránsito desde la ascesis de aquellas “piedras mondas” y la hojarasca de olvidados ingenios en el Oriente cubano, hacia una historia llena de violencia y de “gente sin historia”. Como respondiendo al llamado de Casey a encontrar aquel “otro siglo XIX” excluido de las historias nacionalistas y de la mirada patricia, en la “crónica” de Pedro se rescatan ciertos personajes de la crónica roja: “toda esa gente en aprieto / esa gente a la sombra / de qué” son rastros de una particular violencia urbana, como aquellos que Piñera inmortalizara en “La gran puta”. Signos de una historia que no procede ya del ramo de fuego en el mar visto por el Almirante donde Lezama quiso ver un destino poético para la Isla, sino de aquellas primeras ordenanzas que establecían el reparto de las tierras y la cría de los cerdos en una isla pobre y poco poblada, relegada por los buscadores de oro y prodigios. Pero esos cerdos llegados en barcas de México y que parten hacia Guam son ya una fuga al sueño, como esos otros que llevan a locos y a presos y a muertos, en una cadena de horror que sugiere lo que de onírico puede haber en una historia que no admite sublimaciones.


(crónica)

el chino que colgaron de un pie
en las Caletas de Sán Lázaro
el que se metió de cabeza
en los filtros de Carlos III
el empalado de la loma
del burro el trucidado
del camino de hierro
el último peón

toda esa gente en aprieto
toda esa gente a la sombra
de qué

el que bebió la flor (pública) de los urinarios
el que degolló al Conde y lo dieron por loco
y después inventó un aparato para matarse
(Engranaje-Sin-Fin)

el verdugo que entraba por el boquete
el que le cortó la cara al Padre Claret
en un raptus luego de misa
el embozado que le pasó
la chaveta el que empleó
el veneno que no deja
traza (Rosa francesa)

toda esa gente en aprieto
toda esa gente a la sombra
de qué

el amante de la Bompart
apresado en el Hotel Roma
a 30 yardas de la Iglesia de Cristo
el que gritó -ante la trigueñita de los doce años
y el padre enloquecido colgado de un gancho-
ansias de aniquilarme siento el que soportó
el giro del tórculo pero no a las legionellas
el que arrojó vitriolo al negrero Gómez
junto al altar el que prendió yesca
el que echó la mora al agua
atada al cepo -dicen-
desde la eternidad

toda esa gente en aprieto
toda esa gente a la sombra
de qué


(contiguos)

rastro de cerdos
para locos
de San Dionisio

rastro de locos
para leprosos
de San Lázaro

rastro de leprosos
para huesos
del cementerio Espada

rastro anexo
para presos
de la Cantera

rastro de piedra
sobre las murallas

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vi puercos en el agua
en barcazas precarias
(no eran pecaríes)
que llegaban de Yucatán -luego

orillados dispersos en ribazos
hasta poblar las ordenanzas
del tal Alonso de Cáceres

fue al comienzo del sueño
antes que tierras marcaran
lindes y aunque perseguidos por severa ley
modelaron una cultura de pequeño formato

pero han vuelto al agua
en barcazas todavía más precarias
que parten a Guam