martes, 16 de junio de 2020

El doble rasero de Antonio José Ponte


      Antonio José Ponte afirma que mi reseña de su último libro es “deshonesta de origen”, ya que no añadí una “advertencia o disclaimer” avisando al lector de que yo estaba entre los aludidos en su glosario. De esta forma pretende neutralizar los argumentos de mi crítica, reduciéndola a mera “cuestión personal”, simple reacción a lo que me pudo disgustar de la entrada que allí me dedicó. Al enarbolar este argumento, Ponte reincide, de nuevo, en uno de los vicios que le señalo en mi reseña: pide a los demás que hagan lo que él no hace. Como mismo critica que Reynaldo González llame “ensayos a los artículos que ha escrito” (La lengua suelta, seguido del Diccionario de la lengua suelta, Renacimiento, Sevilla, 2020,p.83), mientras pretende que aceptemos que La fiesta vigilada es una novela, ahora señala como delito de lesa honestidad intelectual lo que él mismo ha hecho en su crítica empedernida de la obra de Ena Lucía Portela.
       En la entrega sexta de La lengua suelta, Fermín Gabor escribe: “Su especialidad consiste en tomar algunos conocidos y convertirlos en personajes de sus historias, y tal vez ella sea la mejor exponente de algo que podría llamarse narrativa saprofítica”.(p.31) Ahora bien, quienes lean el capítulo séptimo de El pájaro: pincel y tinta china, encontrarán allí el retrato satírico de un joven escritor que “aseguraba ser, él mismo, el Centro del Centro” (Unión, 1998, p.154-155), futuro rector de la literatura cubana, que resulta ser, como pueden dar fe los que asistían a aquellas tertulias de la Azotea, no otro que Antonio José Ponte. No hay en esa entrega de La lengua suelta “disclaimer” alguno de que Ponte fue aludido en una de esas novelas que el cronista tacha de “soporíferas” y “saprofíticas”. Admitamos, no obstante, que el autor de la columna era Fermín Gabor, no Antonio José Ponte (aunque yo insisto en que quien ha usado el seudónimo para rebajar a sus competidores literarios, pudiendo haber reseñado en buena lid los libros de estos, no está en posición de dar lecciones de honestidad intelectual); admitamos, no obstante, que, al ser Gabor el autor de la columna en cuestión, no tendría cabida el “disclaimer”. Ahora bien, en el glosario Antonio José Ponte, no ya Fermín Gabor, escribe de Ena Lucía Portela que “sus novelas abundan en sueltas alusiones literarias, si bien acogidas al modelo del Julio Cortázar novelista, tan postizo y esnob.”(p.668) Aquí Ponte critica, de nuevo, las novelas de Portela, sin avisar al lector de que él fue aludido en una de ellas, precisamente en un capítulo que satiriza la vida literaria. Esto es: lo que en mi reseña a Ponte le parece escandaloso, inconcebible (“cuesta trabajo creer que a un académico con estudios en La Habana y Princeton sea necesario recordarle...”), lo hizo él mismo en el Diccionario de la lengua suelta.
       No me pareció, sin embargo, pertinente señalarlo en mi reseña, pues creo que, al fin y al cabo, las intenciones de la crítica son secundarias. Lo que importa es la crítica en sí: lo que se dice y cómo se dice, los argumentos que se ofrecen al lector, la mucha o poca luz que estos echan sobre el libro en cuestión. Lo objetable de la crítica de Antonio José Ponte a la obra de Ena Lucía Portela no es que sea en mayor o menor medida una reacción a lo que en El pájaro: pincel y tinta china a él pudo disgustarle; es que reduzca arteramente toda la obra novelística de Ena Lucía Portela a una sola novela, y de la misma, a un sólo capítulo. Que sea, en suma, una manipulación grosera. Mi reseña de La lengua suelta y su pretendido diccionario no lo es: esa regla no escrita de la crítica que dicta que hay que dar buena cuenta del libro de que se trata antes de proceder a criticarlo, y en argumentar todos los juicios que se hacen, yo la cumplo cabalmente en mi reseña. Ponte, como demuestro allí, la incumple de forma ostensible en las partes de su libro donde hace crítica literaria. Intentar invalidar mi crítica, minuciosamente razonada y fundamentada como está, alegando que es “deshonesta de origen” no es más que un ardid. Habrá, seguramente, quienes lo crean, como hay quien cree que La fiesta vigilada es una novela.