viernes, 16 de marzo de 2007

Fina, Dama Poesía

A Fina García Marruz acaba de concedérsele el Premio Pablo Neruda por el conjunto de su obra poética. Toca, entonces, reconocer, a pesar de nuestras discrepancias con su poética y sobre todo con su posición política, la justicia de este reconocimiento. Decir que Fina no es sólo una de las mayores poetas cubanas sino también uno de nuestros más grandes escritores.

El ensayo, género en el que las mujeres han destacado poco en nuestro país, ha sido cultivado por ella con una calidad que se debe, en mi opinión, a su rara capacidad para percibir detalles que a otros se les escapan. En los ensayos de Fina hay más que la inteligencia propia del poeta-crítico -especie de a la que ella, como su esposo Cintio Vitier, pertenece; los distingue algo que cabría llamar con una palabra francesa de difícil traducción a nuestro idioma: “esprit”. Basta leer “Lo exterior en la poesía”, de 1945, “José Martí”, de los años cincuenta, o “Hablar de la poesía”, de 1970, para comprender esa originalidad suya tan ajena a las modas críticas y a pretensiones literarias.

Pero la poeta es igual de notable desde su primera compilación, Las miradas perdidas (1952), donde estaban ya esos interiores, con mamparas y tonos azules y violetas que dan el tono íntimo de una poesía donde confluyen y se confunden la piedad cristiana, la devoción patriótica y la percepción de lo cubano como algo leve y suave, al tiempo inapresable y empecinado. Mundo esencialmente religioso, el de García Marruz es un orbe ordenado, signado por el ideal del límite en cuyo respeto encuentra el católico la auténtica libertad. Es significativo, a propósito, que en las antípodas de la rebeldía feminista se halle la aceptación de la obediencia que preside su poética, explícita en escritos reflexivos publicados en Orígenes en la segunda mitad de la década del 40, sobre todo en su interesantísima reseña de Espacios métricos, de Silvina Ocampo.

Y es que en Fina, en su poesía y en sus ensayos, hay una raíz conservadora que no debemos perder de vista, una raíz que la lleva a resistirse a lo novelesco y al cine, a los que prefiere la fotografía o el cine mudo. Hay, yo diría, una vocación de silencio que no puede sino entrar en conflicto con la actividad literaria: tensión esta que recorre su poesía y que se expresa en aquel deseo suyo de escribir sin romper el silencio. Detrás de todo ello está, desde luego, un tema que comparte con Vitier, y ambos con ciertos pensadores católicos de entreguerras que leyeron en su juventud: el rechazo de la literatura considerada como práctica demoníaca, y el correspondiente elogio de la poesía en tanto actividad integradora, donde no cabe la división; rechazo que es uno, en el fondo, con el rechazo de la modernidad occidental, epitomizada en la vanguardia y la posmodernidad, a favor de un modernismo trascendente, creador y cristiano. Este ideario, presente en ensayos tan importantes como los dedicados a Darío y a Martí, confluye, lamentablemente, con la defensa de la dictadura, tal como se aprecia en La familia de Orígenes, escrito donde los límites, la clausura del mundo de Fina se manifiestan con más crudeza que nunca.

Pero ahora quedémonos con su su poesía, mucho más valiosa y moderna, en mi opinión, que la de Dulce María Loynaz: la dulce nevada que cae perennemente, los interiores del mimbre y la costumbre, esa Dama Poesía que, al decir de la propia García Marruz en su magnífico ensayo sobre Eliseo Diego, tenía la segura cortesía del poeta de En la Calzada de Jesús del Monte. Que tenga ella -Fina, la Dama Poesía- la última palabra:

Y sin embargo sé que son tinieblas


Y sin embargo sé que son tinieblas
las luces del hogar a que me aferro,
me agarro a una mampara, a un hondo hierro
y sin embargo sé que son tinieblas.

Porque he visto una playa que no olvido,
la mano de mi madre, el interior de un coche,
comprendo los sentidos de la noche,
porque he visto una playa que no olvido.

Cuando de pronto el mundo da ese acento distinto,
cobra una intimidad exterior que sorprendo,
se oculta sin callar, sin hablar se revela,

comprendo que es el corazón extinto
de esos días manchados de temblor venidero
la razón de mi paso por la tierra.

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