A esa misma intelligentsia crítica que comienza a expresarse cada vez más claro, opone Abel Prieto, en el propio 1994, las certezas de Lo cubano en la poesía, reeditado el mismo año en que la celebración del Coloquio Internacional “Cincuentenario de Orígenes” marca la plena rehabilitación oficial de Orígenes. En la intervención de Prieto en aquel evento celebrado en la Casa de las Américas, reeditada como prólogo de la nueva edición de las conferencias de 1957, el futuro ministro relaciona las críticas de jóvenes intelectuales a Lo cubano en la poesía con lo que en su conferencia “La nación y la emigración” definió como “cultura plattista”, representada por Cabrera Infante, autor que, en su opinión, puede expresar una cubanidad superficial pero no la hondura de la verdadera cubanía.
Señalando que “han perdido interés las viejas objeciones”, es decir, aquellas que le lanzara la ahora desacreditada ortodoxia marxista, Prieto resalta el esencialismo y la teleología insular que Vitier contrapone a la superficialidad y a la carencia de finalidad del estado “seudorrepublicano”, percibiendo allí “la polémica decisiva: la que enfrenta a Cuba con su enemigo histórico y con el status neocolonial.” Al “llamado posmodernismo”, orientado hacia las “superficies” y contra las “teleologías”, “parte de una derechista manipulación teleológica a gran escala”, opone las esencias y los sentidos de Lo cubano en la poesía. Pues “ante una vida cotidiana plagada de carencias y dificultades enormes”, “la pretensión neoanexionista de vaciar el proceso histórico cubano de “sentido”, de “significación” y “dirección””, deja al pueblo de Cuba indefenso “ante la presencia renovada del “imposible””.
“Lo cubano” se muestra, en este tandem Vitier-Prieto que marca el pleno aggiornamiento del origenismo con la ideología oficial, una vez más como un dispositivo que legitima por partida doble al estado poscomunista. Por un lado, su afirmación deslegitima la crítica, al asimilarla al anexionismo y el antinacionalismo: lo que subyace al discurso de Prieto como al de Vitier no es, en definitiva, más que aquella identidad de la nación y la Revolución que el Comandante dictara en 1961. Por el otro, viene a constituir una suerte de reserva moral que compensa las carencias materiales, en lo que no deja de resultar un curioso reciclaje de la tesis origenista de la “salvación por la cultura”, tan duramente criticada en los sesenta por los marxistas y los “jóvenes airados” de Lunes de Revolución.
Después de todo, fue el propio Castro quien afirmó en los inicios del “período especial” que “La cultura es lo primero que hay que salvar”. Así explica esa declaración Rafael Hernández: “Desde un punto de vista político, la cultura representa un sistema de resistencia ante factores disgregadores de la cohesión social. Emprestando el lenguaje de la biología, podría decirse que estos factores, tanto externos como internos, incrementan su virulencia en etapas como la actual. No hay mecanismos más eficaces para contrarrestar la invasión de antígenos del mundo (pos)moderno y reparar las disfunciones de nuestro propio sistema que los provistos por la cultura, en sus múltiples manifestaciones.” (R. Hernández, “La otra muerte del dogma. Notas para una cultura de izquierda”, La gaceta de Cuba, No.5, 1994.)
No es difícil advertir que si ponemos “la cultura” donde Prieto dice “lo cubano” su discurso se confunde prácticamente con el de Hernández y viceversa. Lo cubano y la cultura, como lo cubano y la poesía en los escritos Vitier, vienen a identificarse justo en la medida en que cumplen la misma función básica de resistir la crisis interna y la amenaza del posmodernismo. Que el escritor Prieto, discípulo de Lezama, hable de sentido y fe mientras Hernández, más cerca de las ciencias sociales, se sirva de una metáfora clínica no es demasiado importante. Con mayor o menor dosis de positivismo, se trata, al fin y al cabo, de un humanismo nacionalista cuya afirmación de la “cultura cubana” frente al posmodernismo reproduce, en última instancia, la reivindicación romántica o revolucionario-conservadora de la Kultur frente a la Civilization, siendo la primera, en este caso, la cultura cubana, la tradición, la cohesión y la sangre, y la segunda la desintegración proveniente del posmodernismo internacional, el cosmopolitismo de la crítica intelectual y, en última instancia, de la apertura democrática.
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