A pesar de su compromiso a favor de la liberación de los presos políticos cubanos, las declaraciones de Oliverio Toscani no dejan de revelar que la simpatía de otro tiempos da paso, entre algunos intelectuales de izquierda sentimentalmente ligados a la dictadura de Castro, a una cierta nostalgia de lo que ya se percibe como perdido en “el experimento cubano”.
Preguntado por el futuro de Cuba, el fotógrafo italiano responde: “Llegarán los americanos y lo llenarán todo de McDonalds, y descafeinarán los valores de la isla. Será una Florida bis. Ni más ni menos. Las características de Cuba y de la cultura cubana serán destruidas por completo por el rodillo de las multinacionales estadounidenses.” Por los años en que Toscani viajó a Cuba junto a Luciano Benetton, mediados de la década de 1990, también visitó la Isla el norteamericano Bill Grifith, un exitoso autor de comics procedente de los movimientos contestatarios de los sesenta, quien a su regreso a Estados Unidos habló de la Cuba de Castro en una entrega que evidencia muy bien el maniqueísmo subyacente a ese tipo de percepciones apocalípticas. Mientras Zippy the Pinhead, prototipo del norteamericano inculto y alienado por la sociedad de consumo, echa de menos los McDonalds y Pizza Huts, Griffy, alter ego del autor, encuentra en Cuba “el único lugar del mundo no contaminado por el consumismo norteamericano.” (“Cuba Uncovered”, Zippy Quaterly, San Francisco, mayo de 1995).
El principal efecto de la Revolución sería, desde esta perspectiva, el haber salvado a Cuba de una globalización capitalista que arrasa como una aplanadora con las autóctonas culturas nacionales dejando en su lugar el sello “made in USA”. Concebida en los sesenta como una avanzadilla del progreso –pues no se trataba sólo de sacar a Cuba del subdesarrollo sino de construir simultáneamente el socialismo y el comunismo-, la Revolución no parece dejar otro saldo que un efecto conservador que resulta particularmente notable desde que, tras la caída del muro de Berlín, el estado cubano continúa resistiéndose al capitalismo y echa mano del nacionalismo para legitimarse.
Más de un fotógrafo extranjero se ha sentido atraído por esa curiosa manifestación de la impronta conservadora de la Revolución que constituye la confluencia de objetos de distintas épocas y procedencias en el interior de las casas cubanas: muebles antiguos con el aura de época de la antigua burguesía al lado de ventiladores rusos o polacos, todo ello conviviendo con productos del mercado capitalista adquiridos en las tiendas en dólares. Consecuencias de la necesidad, de la escasez que ha obligado a la gente a no desechar nada, de la experiencia cubana de aquella “rareté” de la que tanto hablara Sartre en su Critique de la raizon dialectique, estas contigüidades ofrecen a la mirada extranjera un efecto sorprendente, casi surrealista, análogo quizás a aquel realismo maravilloso que Carpentier percibía en la contemporaneidad de todos los períodos históricos en el continente americano. Esto que emprestando una conocida frase de Ernst Bloch podemos llamar la “simultaneidad de lo no simúltaneo”, no ya de la técnica y el mundo premoderno de los instintos como en el nazismo, sino de los autos de los años cincuenta y los carteles fidelitas, define un extraño museo en el que se conserva no tanto un animal prehistórico como una especie de quimera, mezcla pintoresca de materiales heterogéneos.
Preguntado por el futuro de Cuba después de Castro, Toscani contesta: "Cuba es un país de cultura. Sería muy bonito que se creara en la isla una universidad mundial de la Revolución. Una especie de facultad de Ciencias Políticas de la Revolución”. El “experimento cubano” le parece “interesante”, y eso que propone para después de la entrada del país en la normalidad de la democracia y el consumo, sería “bonito”. No salimos, pues, de la dimensión estética. Pero, desde otro punto de vista, el de los conejillos de Indias del susodicho experimento, aquí se esconde una teratología. Esa “Facultad de Ciencias Políticas de la Revolución” sería la última etapa del turismo revolucionario iniciado con Sartre, el último monstruo de la estirpe revolucionaria de Fidel Castro.
7 comentarios:
Pura ignorancia Duanel, pura ignorancia. Lo demuestran los hechos, los americanos en 60 años no lograron conquistarnos, si es que alguna vez se lo propusieron realmente. De hecho Cuba tenía tanta influencia en los EEUU como los EEUU en Cuba, porque los intereses económicos eran los mismos y luego han sido los cubanos (entre otros latinos) los conquistadores del imperio. ¿Que país de america tiene más congresistas en proporción a su población, territorio y tamaño de la inmigración en los EEUU? No hay que tenerle miedo a MacDonald porque en Miami se come también, luego de casi 50 años, mucho congrís y carne de cerdo o tamales y yuca. Ningún norteamericano ha sido ministro en Cuba y nosotros hemos tenido y tenemos ministros en el gobierno de EEUU. La expectativa de que seamos engullidos por el mounstruo revuelto y brutal es falsa, para nosotros la caida de la dictadura y el contacto directo con el monstruo va a ser todo ganancia, porque es un monstruo que conocemos y que sabemos manejar, es nuestro monstruo. Ya lo hemos hecho antes y después del 59. Además culturalmente no hay nada que temer, hay más que temer bajo la dictadura que ha estrangulado la cultura cubana hasta hacerla irreconocible. En los EEUU, se bailó más Mambo y Cha Cha Chá que en Cuba Fox Trox (no sé como se escribe esa mierda) En todo caso las influencias han sido recíprocas. ¿o poco ha influido la música cubana en la música de los EEUU? Cuando Hemingway vivía en La Habana bebía Mojito en la Bodeguita y Daiquirí en el Floridita. 60 años de dominación Yanki nos sirvieron también para tener a José Lezama Lima, Nicolás Guillén, Virgilio Piñera, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Enrique Labrador Ruiz, Onelio Joge Cardoso, Rita Montaner, Bola de Nieve, la Orqueta Aragón, Benny Moré, Felix Chapottin, Wilfredo Lam, Alicia Alonso y un larguísimo etc. La música americana le debe más a Arsenio Rodríguez que nosotros a Elvis Presley. Lo que no saben estos ignorantes es que Cuba era Cuba antes de Fidel Castro.
Duanel: Hablando de nombres rararos, como el otro dia. Me entere que la hija del sargento Retamar, tan letrado, se llama Laidi.
Alexiwi
Quiquise dedecir raros. Gagaguera mia.
Gagarin
Gagarin, este de la hija de Retamar es un caso distinto: en reealidad se llama Adelaida, como su madre, lo de Laidi es un "nom de plume" que ella se ha puesto desde hace algunos años.
Muy culto el nickname, anyway.
Nick Elodeon
(congrats to your blog, seriously)
A Adelaida, le dicen Laidy desde niña quizás para diferenciarla de su mamá, Adelaidita es un poco larguito, no creen.
Fuimos compañeras de secundaria y pre
A Adelaida, le dicen Laidy desde niña quizás para diferenciarla de su mamá, Adelaidita es un poco larguito, no creen.
Fuimos compañeras de secundaria y pre
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