lunes, 21 de mayo de 2007

Pan y la Constitución del 40

Cuenta Marcelo Pogolotti en su interesante autobiografía Del barro y las voces que en ocasión de una fiesta en la embajada soviética, la única que además de ofrecer excelente comida invitaba a los intelectuales, “una de las jóvenes proletarias exclamó: “¡Qué rica comida! ¡Qué ganas tengo que llegue el socialismo!”.

Al cabo de más cuatro décadas de revolución institucionalizada en Cuba, lo que llama la atención de las palabras de la muchacha de la anécdota no es tanto “la carencia de verdadera conciencia revolucionaria” señalada por Pogolotti, como su absoluta falta de previsión histórica. Llegó el socialismo, pero con él, en vez de la abundancia prometida, sobrevino el hambre generalizada. Establecida en 1962, la libreta de racionamiento sigue siendo hasta hoy el símbolo más elocuente de la vida cubana con su miseria repartida a partes iguales entre los de abajo. El comunismo no ha sido en Cuba una excepción. Ha arrasado como una plaga de langostas con una tierra de siempre conocida por su proverbial fertilidad. El desastre de la agricultura era ya mayúsculo a fines de la década del 60, como apreciaron observadores lúcidos como el francés René Dumont; hoy es, si cabe, aun mayor, cualitativa tanto como cuantitativamente.

Quien quiera comprobarlo, que se dé una vuelta por el antiguo Mercado Único. Pocos lugares reflejan tan gráficamente como ese la decadencia de La Habana y del país entero. Entre la mugre del suelo y las paredes despintadas, escasas tarimas con frutas de la peor calidad. Mangos ácidos y golpeados; mameyes pródigos en “primaveras”, plátanos enclenques con extraños sabores, productos de no se sabe qué desafortunados injertos... De visitar hoy y no en los años cuarenta nuestro país, no hubiera seguramente escrito Ivan Goll su poema “Cuba, canasta de frutas”. Y el conocido artículo de Lezama, publicado en el extraordinario número de Lunes de Revolución dedicado “a Cuba, con amor” queda asimismo como expediente de un mundo perdido. Habría hoy que echar de menos esa cornucopia frutal como Lezama la tradición de la cena familiar erosionada por el influjo del american way of life. Pero no ha sido el capitalismo el que las ha destruido, sino el socialismo.

Podemos enfrentar esta sola evidencia al anticapitalismo radical de Santiago Alba y Carlos Fernández Liria, filósofos españoles cuyas apologías del régimen castrista acaban de ser recogidas en un volumen publicado por la Editorial de Ciencias Sociales bajo el título de Cuba: la ilustración y el socialismo. Alba afirmará que, en la medida en que ha destruido la diferencia entre cosas de comer y cosas de mirar, el capitalismo ha destruido las frutas. Ya no nos comemos una manzana como antes, dice. Pero la miseria de nuestro Mercado Único, y su penoso contraste con cualquier mercado de México o España, convierte todo ello en especulaciones metafísicas de filósofo extraviado. En Cuba las manzanas son vendidas por el estado a un precio que las convierte en un lujo para el cubano de a pie. Y ni hablar de las uvas y las peras. Todo ello, como los turrones de Gijona y Alicante y tantas cosas más, forma parte de un mundo perdido, suerte de Atlántida sensorial que las últimas generaciones de cubanos sólo conocen por los relatos nostálgicos de sus padres y abuelos.

Santiago Alba cree que el hecho de haberse liberado de la devastadora “rueda del mercado, con su agresión icónica y su agresión lumínica”, ha salvado a Cuba de la miseria no sólo espiritual sino también material que caracteriza al mundo capitalista contemporáneo. Nosotros vemos que la “defunción del mercado”, elogiada por Francisco de Oráa en un conocido poema de 1970, es una verdadera catástrofe, no solo porque implica una traumática ruptura con la tradición sino también porque determina una rigurosa clausura del mundo. El mundo de los cubanos de la Isla es efectivamente más pequeño que el de un mexicano o un español, pues de su horizonte real han sido retiradas las peras y las uvas.

La lección de la Cambodia comunista indica claramente que la eliminación total del mercado no conduce sino a la dictadura más espantosa y la miseria más atroz. Si el mercado, como afirma Alba, destruye a la “idea misma de un colectivo en el tiempo” y de un “colectivo en el espacio” –idea que, vale apuntar, no es otra cosa que la Gemeinschaft que desde los tiempos de Tönnies, Chesterton y Pound centra la nostalgia reaccionaria de quienes consideran inauténtico al mundo moderno–, su defunción implica la muerte de la sociedad (Gessellchaft), en tanto colectivo abierto e individualista, determinado por una “lógica de la participación” y no por una “lógica de la pertenencia”, para decirlo en los términos de Fernando Savater.

Alba afirma que “existe una relación orgánica entre la fealdad cultural del capitalismo (el deslumbramiento por lo nuevo, el entusiasmo por el cachivache, el uniforme de la distinción) y su destructiva inmoralidad material; y, al contrario, entre la alegría austera de la sociedad cubana y su superioridad ética y democrática.” Podemos afirmar, por nuestra parte, que hay una relación orgánica entre la decadencia del Mercado Único y la absoluta falta de libertades fundamentales de aquellos que allí compran; entre la ineficiencia económica del régimen de La Habana y el kitsch de la Batalla de Ideas; entre la acidez de los plátanos y los discursos de cinco horas de Fidel Castro. La cartilla de racionamiento, en la que Carlos Fernández Liria ve la cifra del triunfo de Cuba como único baluarte de la Ilustración en el mundo de hoy, refleja justo lo contrario: una miseria que va más allá de la escasez material, alcanzando todas las dimensiones de una vida profundamente dañada.

Esta relación define la doble reivindicación –política y económica– de lo que, con Agnes Heller, cabe llamar la “revolución antitotalitaria”, que ojalá sea también en nuestro caso “de terciopelo”. Cuando se cumplen treinta años de una constitución que establece que es el Partido Comunista el que debe “organizar, dirigir y controlar la actividad económica nacional” y condiciona la libertad de expresión “a los fines de la sociedad socialista”, no es desacertado proponer la Constitución del 40 como un punto de partida para convocar a una nueva asamblea constituyente en la que participen todas las fuerzas políticas del país.

Toute restauration -reza el aforismo francés- est revolution. Volver a la Constitución del 40 implicaría no una imposible e impensable restauración del statu quo ante sino más bien una reconexión simbólica con una tradición democrática de cuya ruptura violenta el 10 de marzo de 1952 la dictadura de Castro es la peor de las consecuencias. El fuerte contenido social de esa constitución que recogió en parte las reivindicaciones de la Revolución del 30 puede ser una guía para conseguir un justo equilibrio entre el estado y el mercado en un país que tendrá como herencia de la dictadura comunista una gran vulnerabilidad hacia las tentaciones del neoliberalismo.

Castro prometió en 1959 “pan y libertad para todos”. No dio ni uno ni mucho menos la otra. Recordando a aquellos sans-culottes que invadieron la Convención el 12 de Germinal y el 1 de Pradial del año III al grito de “Pan y la Constitución de 1793”, cabe resumir el disentimiento de la emergente sociedad civil cubana en una doble exigencia: “Pan y la Constitución de 1940”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Volver a la Constitución del 40 implicaría no una imposible e impensable restauración del statu quo ante sino más bien una reconexión simbólica con una tradición democrática de cuya ruptura violenta el 10 de marzo de 1952 la dictadura de Castro es la peor de las consecuencias."

¿tradiciòn democràtica? Sin dudas esto es una patada a alguien, ¿a quièn?

Duanel Díaz Infante dijo...

Este artículo fue escrito mucho antes del debate sobre la constitución sostenido aquí hace algunos posts. No es una patada a nadie.

Melanie dijo...

Cuba es una luz, una esperanza. Pero tambien es un barco en medio de una tempestad. La de la excacerbacion del capitalismo a nivel mundial. Un capitalismo desfrenado que hace y hara todo lo pensable e impensable para derrumbar hasta la ultima esperanza de fraternidad. Su texto, Lic. Diaz Infante, ilustra este esfuerzo capitalista de destruccion.

Cuba no es perfecta, lejos de serlo, Cuba no es un paraiso... El paraiso no existe. Sin embargo, ciertas personas siguen buscandolo, ingenuamente, y en esta busqueda tanto infertil como inmadura, en vez de mirar hacia a dentro, miran afuera, hacia Cuba, apuntando a esta islita del dedo para desviar aunque sea un instante la atencion de la gente hacia la podridumbre y la metastasis de este cancer llamado capitalismo.

Cuba tiene sus problemas, tiene sus retos y grandes desafios. El capitalismo rodea a Cuba, y como aquel barco en medio de aquella tempestad, lo ha estado mojando, violentado, y se ha infiltrado...

El asunto en cuanto a Cuba es sencillo: hay los que ven el vaso por la mitad lleno, y los que ven el mismo vaso por la mitad vacio.

Hay los que se fijan en los errores y los abusos de ciertos actores humanos (es decir, imperfectos) de un sistema socialista estatal, y hay los que creen mas alla de estas fallas en un ideal.

Hay los que reclaman el regreso de una constitucion burlesca del 40', y hay los que miran desde la nueva constitucion del 1992 y que reclaman revolucion dentro de la revolucion.

Hay los dicen que hemos llegado al fin de la historia y de las utopias, y hay otros que luchan y que lucharan hasta su ultimo aliento para una idea, para la vida.

En fin, hay los que escogen la esperanza y hay los que escogen el fatalismo.

Digame Lic. Diaz Infante: que esperanza trae el capitalismo, como idea y sistema, si lleva dentro de su mismo seno el germen de la destruccion del mundo, es decir el aduenamiento de nuestra madre Tierra como 'recursos naturales' y la reduccion de la humanidad a un "capital humano"?

A traves del tiempo, el socialismo como sistema, igual al capitalismo, a cometido atrocidades. En el transcurso del siglo XX, el socialismo ha quedado, en varias instancias, encerrado dentro del mismo paradigma sociocultural industrial de posesion y de control de la Naturaleza y de los seres humanos. En vez de destruir el capitalismo a la raiz y de construir nuevas sociedades sobre la base del socialismo como lo preconisaba Marx, se han creado nuevas estructuras de poder calcadas, en parte, sobre el modelo capitalista pero con un color distinto. Si al proletariado se le ha redistribuido mejor el fruto de su labor y sudor, no impide que en varias ocasiones a sido bajo el control autoritario de una 'nueva clase social', la de unos burocratas o aparatchiks.

La humanidad no estaba, y todavia no esta realmente lista para el socialismo. Pero hay que seguir luchando: hay que ir por delante y no para atras. Seguir dentro del capitalismo seria 'la cronica de una muerte anunciada'. Vivimos tiempos "multiparadimaticos": por ende, debemos luchar, con nuestras manos, con la cabeza y con el corazon, para que el socialismo se libere del paradigma industrial que lo sigue penetrando, lastimando, danando. Hay que exorcicar el capitalismo del socialismo. En fin, hay que reinventar el socialismo. Debemos construir sobre el paradigma de la dialectica social nuevas sociedades simbiosinergeticas, es decir, redes de individuos conectados no solo entre si pero tambien con la naturaleza. En fin, tenemos el deber de dedicarnos a la construccion de sociedades inventivas pero holisticas, ya ni tecnocentristas, ni antropocentristas, pero mas bien eco-comunitarias. Un gran filosofo dijo que el siglo XXI iba a ser espiritual o que no iba a ser. Yo creo que el siglo XXI dejara de ser capitalista o no sera. Asi criare mis hijos, que en realidad, seran hijos de la Tierra y hermanos de sus projimos, o no seran. Por esto que Cuba es una luz, una esperanza.

MB