En el poema final de su cuaderno Héroes (Miami, 1998) Néstor Díaz de Villegas destaca con cierta melancolía un hecho fundamental: la irreversible destrucción del sentimiento patriótico a manos de la Revolución. Al perpetuarse como lo ha hecho en nombre de la patria, se diría que el régimen de Castro la ha contaminado irremediablemente. La larga dictadura no ha destruido sólo la agricultura y las ciudades sino también aquella emoción patriótica propia de los tiempos republicanos. Como no es posible, según Adorno, la poesía después de Auschwitz, no cabe el patriotismo después de las UMAP y del Mariel. Al menos no como antes.
El poeta lo expresa a través de la imagen de multitud de banderas cubanas deterioradas: “Hay una rota, otra descolgada; / en menudos pedazos ya desecha / otra se agarra al cabo de una mecha, / esta está vieja y muy desmejorada. // Ya nunca anunciarán sentida fecha / ni los festejos de la patria amada, / siempre ondearán delante de la Entrada / donde algún vendedor taimado acecha. // Hileras de estropeadas banderitas / bailotean, abúlicas y plásticas / contra el cielo tisú como mosquitas // muertas, minimalistas y eclesiásticas: / en sus pechos de flámulas malditas / se adivina el latido de las suásticas.”
El segundo verso responde, claro está, a un poema de Bonifacio Byrne que todos hemos conocido (y hasta recitado) en la escuela primaria. La centuria que separa “A media asta” de “Mi bandera” ha visto no sólo la natural declinación del patriotismo desde la fundación de la República sino también, con la Revolución, lo que cabe llamar la muerte de la patria. Las banderas a media asta no simbolizan solo un luto nacional por la destrucción del país; se trata, además, de la propia patria oficiando así su funeral. Ya deshecha en menudos pedazos, nuestros muertos no se han levantado para defenderla.
Como se sabe, Byrne escribió sus célebres versos después de ver, a su regreso a la Isla en 1898, la bandera cubana junto a la de Estados Unidos a la entrada del puerto de La Habana. Contra la posibilidad de la anexión se consolidaba entonces un nacionalismo prorrepublicano que, como ha documentado Marial Iglesias en su libro Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902 (Unión, 2003), no era una simple estrategia de las élites sino un sentimiento profundamente popular. Reconociéndose como ciudadanos de un futuro estado nacional, los antiguos súbditos de la corona española llevaron a cabo interesantísimas “apropiaciones” nacionalistas de las ceremonias del cambio de soberanía y fueron en buena medida responsables tanto de la socialización de los símbolos patrios como de la difusión de la memoria de las guerras de independencia en la Cuba “entre imperios”.
Paralelo a la separación de la iglesia y el estado decretada por las autoridades norteamericanas, aquel espontáneo nacionalismo de los tiempos en que “el Himno de Bayamo era una melodía tarareada o silbada en las esquinas, las décimas a la bandera llenaban las páginas de los cancioneros de moda, el escudo se bordaba en los pañuelos que las novias regalaban a los novios, y las “estrella solitarias” se llevaban en broches prendidos al pecho o en la hebilla del cinturón”, tiene, como en los primeros años de la Revolución Francesa, tanto de fiesta como de religión patriótica. Y justo en ello radica la gran aproximación de la vida cotidiana y el espacio público que caracteriza a aquel período enmarcado entre las grandes celebraciones colectivas del 1 de enero de 1898 y el 20 de mayo de 1902.
Luego llegó la República con sus sucesivas convulsiones y frustraciones. Muchos percibieron una caída desde el esplendor épico e intelectual del siglo XIX. “Al desinterés, siguió la codicia; a la disciplina, el desorden pugnaz; a la integridad de aspiración ideal, una diversificación infecunda; a la seriedad colectiva, el “choteo”, erigido en rasgo típico de nuestra cubanidad.”, afirmaba Mañach en 1925. Y Vitier dirá en 1958: “La patria, la bandera y el himno degeneran en vacío decorado. A la Revolución suceden los partidos; a la diana pura y vibrante en el amanecer del campamento, la charanga bullanguera despertando los instintos inferiores.”
Desde la oposición a Machado hasta el movimiento 26 de Julio, los sucesivos intentos de acabar con semejante decadencia estuvieron presididos por el ideal patriótico de crear por fin la República “con todos y para el bien de todos” de la que hablara el Apóstol. Ese propósito animó tanto la frustrada revolución del treinta como el posterior triunfo electoral de Grau en 1944, que no pocos percibieron como una deseada resurrección patriótica. En De Peña Pobre, Vitier testimonia muy bien la ilusión de aquella “jornada gloriosa” que se convertiría rápidamente en una nueva decepción, a la que se sumó el caso Chivás, cuya patética muerte fue el “funeral de las ilusiones del 30, funeral de la República, funeral ¿de toda esperanza cívica?”.
Y llegó la Revolución. A la tercera, ¿no iba la vencida? Para Kuntius, alter ego de Vitier, las lecciones de aquellos días de enero “eran, a la vez, de un modo inextricable, patrióticas y religiosas. Le parecía asistir, por fin, al cumplimiento de las profecías poéticas y heroicas de la patria, tantas veces frustradas”. En su poema “El rostro”, fechado el día en que el Ejército Rebelde hizo su entrada triunfal en La Habana, Vitier dejó testimonio del triunfo revolucionario como una aletheia. “Te he buscado sin tregua, toda mi vida te he buscado, y cada vez te me enmascarabas más y dejabas que pusieran en tu sitio un mascarón grotesco, imagen del deshonor y del vacío.// Y te volvías un enigma de locura, un jeroglífico banal, y ya no sabíamos quienes éramos, dónde estábamos, cuál era el sabor de los alimentos del cuerpo y del espíritu. ¡Pero hoy, al fin, te he visto, rostro de mi patria! Y ha sido tan sencillo como abrir los ojos.” Otro elocuente poema de esa época, “La fiesta”, fechado el 26 de julio de 1959, terminaba: “En vano intentará la oscura historia / robarnos el fervor de esta jornada: / en roca de salud hubimos gloria, // supimos que la luz vence a la muerte, / y vimos cómo al fondo de la nada / te alzaste, patria de oro, mujer fuerte.”
Y Vitier, después del alejamiento de mediados de los sesenta y a pesar de la marginación de los setenta, se ha mantenido hasta hoy fervoroso en su celebración de la Revolución como una epifanía patriótica. ¿Le han dado gato por liebre, o él ha querido tercamente ver liebre donde hay gato? El hecho es que la Revolución no significó el fin de la hipocresía y la comedia de la República sino una comedia de nuevo tipo, más grande y siniestra, mucho más cínica y oscura. Si la política en la República era Grau, “el simulador” que defraudó a Cintio y al grupo de jóvenes de la tertulia de Galiano que creyeron que con la “jornada gloriosa” del primero de julio del 44 había llegado la “esperanza de volver a ser dignos de los libertadores y los mártires”, si era el “hacer patria” y “hacer revolución” de Máximo Palma, revolucionario antimachadista convertido en ganster en la época de los “auténticos”, la política en el nuevo régimen se le aparece a Vitier como la verdadera, la auténtica. Cuando es un hecho que la destrucción de la política –esto es, del espacio democrático y de la sociedad civil– en nombre del pueblo y de la patria ha sido la jugada maestra de aquel que, surgiendo de la tradición de los políticos republicanos y superándolos “dialécticamente”, no hizo otra cosa que “hacer patria” y “hacer revolución”.
Tanto ha hecho “patria” que al decretar la mortal disyuntiva ha conseguido identificar los términos, asociar la patria al agobio y las miserias impuestas por la dictadura. El patriotismo, espontáneo sentimiento en 1898, institucionalizado luego por el estado republicano y reivindicado por los movimientos renovadores de la conciencia nacional, deviene ingrediente de una férrea ideología de estado. Antes había la cursilería del culto patriótico republicano, donde cabían los discursos en el Senado en los aniversarios del nacimiento de Martí, los poemas populares de Agustín Acosta y los afanes nacionalistas del cubano de a pie; hoy el kitsch totalitario se renueva con la pompa fascistoide de la Batalla de Ideas y las “reflexiones” apocalípticas del Comandante.
Al obligar a la gente, por años, a vivir en la patria y sacrificarse por ella, la dictadura la ha convertido en un decorado más vacío que nunca, y más macabro. Al decretar la fiesta cada día, en cada desfile, en cada discurso, ha acabado con la alegría de la auténtica fiesta en que, como en el fin de la dominación española y en el triunfo de enero de 1959, lo público y lo privado llegaron a confundirse. Resultado: que la patria ya no es “Musa”, como lo fue para Acosta, sino Puta, o un fantasma de otros tiempos, simple palabra carente de toda referencia más allá de retóricos discursos. Que tantos queramos que gane el deporte y no el equipo Cuba.
¿Dónde están los poemas patrióticos en estas últimas décadas, más que en alguna que otra décima del extemporáneo Indio Naborí? El último intento de renovar la tradición, el poema de Edel Morales titulado “Otro color, otras figuras geométricas”, no ha podido ser más lamentable. Destacan, en cambio, en la vanguardia del arte, las críticas a ese patriotismo por la vía del absurdo o de la metáfora. En el segundo de los tres “cuadros” que componen Utopía, el excelente cortometraje de Arturo Infante, se nos muestra, por ejemplo, a una esforzada pero limitada estudiante de una “escuela especial” ensayando la recitación de una erudita “poesía” de Borges. Detrás de ella vemos un curioso ejemplar de ese reducto fundamental del kitsch comunista cubano que son los “murales” de escuela primaria. Allí, además de los obligados símbolos patrios, una imagen de Fidel Castro con el brazo en alto, en un gesto que algo recuerda al saludo nazi, junto a una leyenda que reza “Muerte al invasor”, título del conocido documental de Santiago Álvarez y Tomás Gutiérrez Alea. Abajo, otro cartel, “Viva el partido”, remite claramente al unipartidismo compartido por los totalitarismos comunista y fascista.
La relación entre las banderas cubanas y las suásticas que Díaz de Villegas señala aparece así sugerida en Utopía, que se burla del kitsch patriótico mediante el absurdo. Con la gestualidad y el énfasis con que suelen recitarse en los actos político-culturales cubanos –matutinos escolares, “tribunas abiertas” de la Revolución– versos apologéticos del régimen o de contenido patriótico tradicional, la boba recita nada más y nada menos que “El Golem”, un erudito poema de Borges. Pero mientras oímos la historia del rabino de Praga pensamos forzosamente en “Tengo” de Guillén, en la “Elegía de los zapaticos blancos” del Indio Naborí, en “Mi bandera” de Byrne.
Igual de sugerente y efectivo es “Maqui-nación”, poema de Juan Carlos Flores que reza: “Futura pieza, en almacén de antiguallas o museo arqueológico, hay la-biomáquina-animista. Pesado automóvil gigante, para cumplir hoja de ruta, tiene que continuar extrayéndoles la sangre, como si los donantes fueran el pozo de la sangre, y no esos seres anémicos, seres de piel pegada al hueso, seres lamiendo las marcas de la usura, sin poderse correr hacia un punto de corte, punto sin regresión ni reciclaje posible. Algo que borre definitivamente la memoria, quizás.”
Esa máquina, tan sangrienta como el trapiche que molió el brazo de Mackandal, ¿no es la nación del “Patria o muerte”?
7 comentarios:
Duanel, ademas de Edel Morales, busca los poemas de Reinaldo Garcia Blanco, con sus referencias a las banderas, la patria, el himno, los muros del Moncada, etc. Creo que fue el primero de los ochentistas que se puso a meter esa simbologia patriotica en sus versos.
Bueno, patriotera.
Venceremos, Duanel. Mira, creo que va más allá del concepto en sí mismo; para nosotros, los cubanos que estamos fuera, la Patria es ese lugarcito donde aprendimos a hablar, a ser sociables, a meter muela en la esquina, a jugar al dominó de 9...a cantar "Ansias del Alba" "...no te olvides que andamos muy mal sin ti..." Ésa es mi Patria, mi recuerdo, mis mejores momentos.
Un saludo, los leo a diario.
Muy bueno ese ensayo, hecho a modo de comentario de texto. Como vieja profesora, tal vez por aquello de la deformación profesional, me dan grima las faltas de ortografía, más aún en un texto de tanta excelencia como el suyo, Duanel. Ojo, 'deshecho' viene de 'deshacer' y no hay que confundirlo con 'desecho', de 'desechar'. Así que dígase 'deshecho en menudos pedazos'. Precisa
Muchas gracias por el señalamiento. Acabo de corregirlo. Saludos.
Por que no dedicarles, patriosabihondos, unas parrafadas al uso y abuso de nuestra ensena nacional (en Mexico dicen "el labaro patrio") en las artes visuales cubanas?
Vexilologo de Little Haiti
Excelente ensayo.
Conozco mas o menos personalmente a varios comentaristas deportivos de la televisión y radio Cubanas. Es increíble como logran ponerse la mascara y cambiar su vocabulario micrófono en mano o camaras mediante.
Son campeones pero de la doble moral socialista.
Ellos como especialistas, mas que nadie en este mundo nuestro insularostanilista, son concientes de la merma del deporte Cubano en los últimos años.
Pero no solamente del descenso en cuanto al rendimiento deportivo en si, sino a la debacle ideológica en el seno del propio INDER.Simbolizado recientemente por el deceso politico del mismismo Presidente, el pomposo y retórico Humberto Rodríguez, involucrado en ciertos asuntos nada claros relacionados con la cooperación “desinteresada” del deporte “amateur” Cubano con paises “hermanos” como Venezuela, y los dividendos obtenidos de dicho intercambio.
La victoria rotunda de Jessie Owen sobre sus rivales Alemanes en las Olimpiadas de 1936, ante la mirada atonita de un Hittler que queria demostrarle al mundo una Alemania renaciente y superior en raza, es todo un símbolo en la historia de la Humanidad
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