viernes, 25 de mayo de 2007

Bibliotecas, decretos y paradojas

Entre los primeros signos de la Hecatombe, aquellas bibliotecas perdidas. La de Jorge Mañach, hecha pulpa, según se dice, luego de que la turba asaltara la casa del profesor; la de Lydia Cabrera, cuya quinta también fue invadida en aquellos días; la de Labrador Ruiz, legendaria biblioteca de la que, según también se cuenta, tanto trabajo le costara desprenderse cuando partió al exilio y que se dispersó por las librerías de viejo de La Habana, en una de las cuales compré una hermosa edición del Elogio de la locura que aun conservo.

A esas bibliotecas burguesas, edificadas gracias al patrimonio y la dedicación personales, la Revolución opuso la masividad de una magna empresa editorial. Antes de 1959, apenas había editoriales en Cuba, aunque sí imprentas privadas y multitud de periódicos y revistas de gran calidad; no puede, entonces, ser más simbólico que justamente en los talleres de dos de los diarios recién nacionalizados en marzo del 60, Excelsior y El País, se hiciera aquella edición del Quijote que inauguró la Imprenta Nacional de Cuba con cifras impresionantes: cien mil ejemplares, en cuatro volúmenes a 25 centavos cada uno.

Contemporáneamente, el empeño de Lunes de Revolución por divulgar la cultura del siglo se correspondía con ese propósito de conformar una nueva biblioteca para un renovado público lector. A ese público creciente que deseaba elevar su nivel cultural y se manifestaba con desparpajo en las cartas a la redacción, el escritor cubano debía corresponder expresando artísticamente la dinámica realidad que el periódico reportaba en sus primeras planas. Su propia situación era consecuencia de los cambios revolucionarios: antes un paria, incapaz de vivir de su profesión, dependiente, en el mejor de los casos, de la cátedra y al periodismo; ahora tenía un trabajo del que vivir, un público al que dirigirse, editoriales donde publicar. Los escritos rescatados recientemente por La jiribilla ilustran el entusiasmo que esta nueva situación social despertó entre la mayoría de los escritores, pero la historia posterior que la revista cínicamente calla nos revela cuánto cambiaron los ánimos: años después de escribir aquella esperanzada carta a Castro, Piñera cayó en el ostracismo; su obra Dos viejos pánicos, duramente criticada por Leopoldo Ávila, no pudo representarse hasta mucho después de su muerte; dos de los participantes de la mesa redonda, Severo Sarduy y Nivaria Tejera, becados en Francia por el gobierno revolucionario, nunca regresaron y fueron por décadas excluidos de la cultura nacional; el tercero, Rodríguez Feo, que permaneció en Cuba, fue marginado en los setenta.

Editoriales y dictámenes, interés del estado y represión de su parte fue, pues, el contradictorio saldo de aquellos años convulsos que terminan con el Congreso de Educación y Cultura, un decenio justo después de las Palabras a los intelectuales. Entre la confesión de Padilla en la UNEAC y aquel discurso de Castro en la Biblioteca Nacional, el esplendor de la cultura cubana en los sesenta, que abarcó todas las manifestaciones artísticas y ha dejado no pocas obras relevantes, deriva en gran medida de la tensión entre la originalidad del impulso revolucionario y el imperativo neoclasicista de la cultura dirigida. En 1961, Castro dejaba claro que el límite de la libertad era la existencia misma de la Revolución, identificada a la Nación, y que la última palabra era, por tanto, la suya; esa preeminencia de las armas sobre las letras y las artes se consumaría, definitivamente, cuando uno del gremio fue obligado a hacer autocrítica y a acusar a sus amigos, para escarmiento de todos. Entre aquel par de célebres discursos, cuyo mensaje no está sólo en las palabras pronunciadas sino también en todos los detalles de las performances (el uniforme verde olivo del Comandante, su pistola sobre la mesa; la cara asustada de Padilla, las muecas de sorpresa y horror de los aludidos en su autocrítica), el Decenio de Oro parece transcurrir, vistas las cosas desde hoy, en una carrera contra el tiempo, como en aquella Unión Soviética de los años veinte tronchada por el estalinismo.

En 1971, ya mandaba Zdanov y Joyce no era sino decadencia burguesa; no quedaba margen para la literatura más que en la macabra hipérbole de ese discurso donde el poeta agradece a los agentes de la Seguridad por haberlo tratado tan bien. El campo de la legalidad revolucionaria, definido más bien negativamente en el discurso de Castro, se reducía, en la farsa de Padilla, hasta identificarse estrictamente con el discurso ideológico. No tocaba a los intelectuales ejercer crítica alguna, sino identificarse plenamente con el pueblo: eso declaraba el Congreso y eso declaraba el autocrítico. El nacionalismo colaboró con el dogma marxista en aquella expulsión de tantas y tantas cosas de la ciudad socialista: extranjerizante fue igual a diversionismo y a cosmopolitismo y a criticismo y a intelectualismo, mientras el recorte se producía, también, en otro nivel donde aquel anatema no podía caber, pues ¿cómo tachar de cosmopolitismo lo que se había considerado como lo propiamente nacional-popular, de intelectualismo aquellas descargas registradas en P.M.?

El dispositivo totalitario fue mordaza en los dos niveles de la esfera cultural: por un lado, reprimió a la alta cultura procedente de la tradición moderna, tachada de cosmopolita y antinacional; por el otro, al elemento popular, que en Cuba equivale en buena medida a lo afrocubano, como una barbarie que se resistía a los fines de la ilustración comunista, determinados por el doble objetivo de salir del subdesarrollo y prepararse para la defensa. Es justo en el año crucial de 1968, cuando el cierre por decreto de bares y cabarets acompaña a la movilización en las campañas agrícolas, que se intensifica la represión de los intelectuales negros que planteaban los problemas de la diferencia racial, y, más allá, de todos los que no se ajustaban al canon de Verde Olivo.

No es casual, tampoco, que sea ese el año de emergencia de la nueva trova, uno de los productos mejor elaborados de la paideia revolucionaria. Si la Revolución constituye un intento de desplazar, y hasta de eliminar, la frontera entre la cultura de élite y la cultura popular, al proponer a todos un modelo de estética, de etiqueta y de lenguaje común, la nueva trova, legitimada como su “banda sonora”, resulta un producto típicamente midcult, que vulgariza los procedimientos y tópicos de la poesía culta para un público más o menos ilustrado y militante. Reducto estilizado del kitsch comunista, la nueva trova se opone tanto al feeling como a la canción tradicional; en los tiempos en que Elena Burke recomienda “la doctrina martiana”, ya aquel esplendor de los cincuenta y los primeros sesenta es una Atlántida sumergida en un remoto pasado. La "inundación" -así llamó Piñera, entusiasta, al triunfo de 1959, sin sospechar que él mismo sería víctima de semejante cataclismo- era ya incontenible.

En 1960, Waldo Frank contraponía el frenesí de la Lupe, propio de la Cuba de ayer, decadente y neurótica, al baile de los trabajadores que en el recién creado círculo obrero Cubanacán bebían sin llegar a embriagarse, pues lo estaban ya del espíritu revolucionario. En una ocasión anterior, a propósito de P.M., señalé que las disposiciones de la Ofensiva Revolucionaria que en 1968 prepararon la movilización total de los años “del Esfuerzo Decisivo” y “de los Diez Millones” podrían verse como la más nítida expresión del propósito gubernamental de imponer radicalmente a lo largo de la Isla la modélica escena descrita por Waldo Frank. Ahora añado que una emblemática canción de la Lupe, “El diablo en el cuerpo”, representa muy bien aquello que la Nueva Cuba de milicias y trabajos voluntarios no podía tolerar; “esa fiebre que abrasa”, “consume”, “fatiga” y “emborracha” absorbe energías que deben invertirse exclusivamente en la defensa y el trabajo.

La dicotomía es clara: del lado revolucionario, labor y milicia; lo demás es amenaza. Unas críticas de Roberto Segre a las obras de Ricardo Porro, citadas recientemente por Ponte, son muy elocuentes a este respecto: “Si la sensualidad corresponde al mundo erótico que se genera en el ocio, en la vida contemplativa y coincide con el impulso irreflexivo, la irracionalidad, el espíritu representativo de la Revolución es totalmente diferente: el rigor impuesto por la lucha permanente contra el enemigo, el duro y tesonero trabajo necesario para salir del subdesarrollo, la educación científica necesaria para dominar los recursos disponibles en el mundo contemporáneo y proyectar así la sociedad hacia el futuro (...)”. Rigor, trabajo y educación científica se oponen, así, diametralmente a la relajación, al ocio y a la irracionalidad, y este culto revolucionario a la razón nos conduce a la última paradoja de la paideia marxista-leninista: el grosero intelectualismo que subyace a su programático antintelectualismo.

Mientras rechaza como artículo burgués la concepción del intelectual como "conciencia crítica" de la sociedad, y conjuga la homofobia y el antintelectualismo en la condena fascistoide del arte moderno, la doxa impone una concepción ingenuamente iluminista del arte y la literatura. En los ensayos y conferencias de José Antonio Portuondo y Mirta Aguirre se insiste en la idea de que el conocimiento del marxismo es condición sine qua non del escritor revolucionario, pues sin sus herramientas no se puede desentrañar las leyes del desarrollo histórico que el mismo está llamado a mostrar en su obra. El arte es, pues, concebido eminentemente como conocimiento didáctico; la metáfora, como suplemento de la referencia directa, y el lenguaje, como simple envoltura material del pensamiento. Hay, así, en la base del decreto del realismo socialista, un culto dogmático de la diosa Razón; el antintelectualismo de los nuevos comisarios y los viejos doctores es, paradójicamente, un intelectualismo.

Y será justamente en la adaptación "revolucionaria" de un género que en sus orígenes decimonónicos expresó el triunfo de la razón instrumental, donde semejante racionalismo se explayará de la manera más burda y lamentable. Con su realismo necesariamente académico y maniqueo, su ingenua concepción de la delincuencia como rémora del pasado precapitalista, y su deliberada confusión de la contrarrevolución y la criminalidad, la novela policial revolucionaria es otra especie antológica de nuestro kitsch comunista. Desde los estantes polvorientos de la biblioteca popular, esas risibles "novelas ejemplares" de los setenta siguen dando testimonio del grotesco mundo nuevo en cuyo nombre las bibliotecas de Mañach y de Lydia Cabrera fueron condenadas al trastero de la historia.

16 comentarios:

Infortunato Liborio del Campo dijo...

Lo peor de todo esto fue las buenas intenciones con las que se hizo. Durante años la mayoría de la gente tenía la convicción de que ciertos sacrificios eran necesarios en nombre de un porvenir luminoso. Se exacerbaron en la gente los peores sentimientos, el del odio, la envidia, el miedo, para que todo fuera permisible. Eso pasa generalmente cuando los ignorantes toman el poder. Tú sabes que yo nunca encontré ni en las librerías de viejo ningún ejemplar de los cien mil aquellos. Pero, además, yo nunca conocí a nadie que tuviera esa edición del Quijote Yo tengo en Cuba libros más viejos, e incluso extranjeros, el Diccionario de la RAE del año 1939, el Diccionario Etimológico de Monlau. ¿Qué se hicieron los cien mil Quijotes? Oye, cien mil Quijotes son cien mil Quijotes y si lo multiplicas por cuatro tomos, son cuatrocientos mil Quijotes. Una persona que sabe apreciar los libros, como Labrador Ruiz, o simplemente mi abuela que aunque no pasó de tercer grado, sabe que un libro es algo valioso, pues esa persona cuida el libro lo guarda. ¿En manos de quién fueron a caer los Cien Mil Quijotes? ¿Cuántos de los que compraron aquellos Quijotes lo habrán leído? ¿Se habrán llegado a imprimir los Cien Mil Quijotes? Tú sabes la única explicación que le encuentro. Nos limpiamos el culo con los Cien Mil Quijotes. Si señor.

Anónimo dijo...

Mientras más te leo más comprendo por qué cerraron el IPUE Cepero Bonilla. Imagínate que en lugar de Español se daba Literatura hasta el onceno grado y a partir de ahí se llamaba la asignatura "Antología Literaria de la Cultura", es decir que no sólo se leían obras sino se trataban todos los temas culturales de la época del escritor: pintura, arquitectura, escultura, música. Leíamos a Joyce y a Proust, la Divina Comedia de Balzac, a Walt Whitmann y a Faulkner y otras muchas obras cumbres de la Literatura universal.
Con lo de la paideia me hiciste ir a la antigua Grecia, pero con lo de la dadascalia me dejaste con el bate al hombro, después de tres strikes.

Duanel Díaz Infante dijo...

Muy buenas todas esas preguntas, Liborio. ¡Y mejor aun la respuesta final!
Analista, quise decir "didascalia", pero acabo de bucar en la RAE, y creo que es más correcto poner "didáctica". Ven acá, ¿cuándo fue que cerraron el Cepero Bonilla?

Anónimo dijo...

La cosa empezó con la Inaguración de la Escuela Lenin. Mandaron la orden del MINED que el Cepero Bonilla se tenía que integrar en la Escuela Lenin. La Lenin se iba a inagurar en Septiembre del 1972. Pero no les bastó con eso, sino que tuvimos que ir dos semanas de nuestras vacaciones a ayudar a construir la Lenin en obras de construcción! En esos meses se dieron cuenta, que el nivel del onceno y duodécimo grado del IPUE eran tan elevado, que no podían "integrarlo" con el plan externo. Entonces decidieron que los alumnos que quedaban pasando al grado 12 y 13 se quedaran en el IPUE pues de todas formas eran los últimos en tener 13 grados (a partir de ahí se volvió a 12 grados). Pero para que se "quitara la aureola de élite" (sic) hiceron un preuniversitario donde los grados 10 y 11 eran externos, plan normal y 12 y 13 internos y le quitaron la "E" de Especial al nombre, es decir que era un preuniversitario más aunque las asignaturas nuestras no eran del plan normal. La última graduación de los del IPUE fue en julio de 1974.

Duanel Díaz Infante dijo...

Yo no sabía nada de esa historia. Ni que el Cepero fue alguna vez un Instituto "especial".

Anónimo dijo...

El Instituto Preuniversitario Especial Raul Cepero Bonilla se creó a principios de los años 60 (creo que en el 62) pero no estoy seguro. Era un pr de becados internos de todas las provincias donde ingresaban por lo gneral alumnos de resultados extraordinarios. EL sistema de enseñanza no se regía por el MINED sino tenía un sistema de enseñanza propio. Era al "duro y sin guante", ya quién suspendía una asignatura tenía que abandonar la escuela. Arrastres o repeticiones de un curso no eran posibles hacerlos. Siempre fue una espina en el ojo de la dirigencia por tres razones: primero por la parametrización (todos somos iguales), segundo por las asignaturas que se impartían y su contenido humanista y científico y por último - quizás la decisiva- porque la nomenclatura como lo hacen en la Lenin no podía "meter" a sus hijos a la fuerza, pues si lo intentaban y no aprobaban tenían que irse. Yo no recuerdo haber visto a ningún hijo de papá. Por cierto, Carlos Lage es egresado del Cepero Bonilla.

Duanel Díaz Infante dijo...

Ah, ahora es que entiendo, es que era una beca; después, en los ochenta, era al revés, el Cepero era un "pre en la calle" y La Leni era beca. Gracias, Analista. Como ya le comenté a Liborio, el tema este de la educación está bastante descuidado. Quiero decir, se sabe menos de él que lo que ocurría en la cultura.

Anónimo dijo...

¿Pegas?

“Las muchas analogías entre la LTI y la LRC no implican, sin embargo, una comunidad ideológica fundamental, sino más bien evidencian la naturaleza totalitaria de ambos regímenes. No es que el nazismo haya sido en algún sentido modelo para el régimen cubano, sino que aquel asimiló, por intermedio del fascismo italiano, muchas prácticas y tópicos de su enemigo bolchevique, y la LRC combinó, por su parte, los temas de la extrema izquierda provenientes del marxismo soviético con una retórica nacionalista celebratoria del sacrificio patriótico que se remontaba al siglo XIX. Internacionalismo proletario, nacionalismo revolucionario, populismo tercermundista: he ahí los principales ingredientes de esa lengua que, entre los encendidos discursos de Martí y los kilométricos discursos de Castro, ha encadenado por décadas el espacio público y el tejido todo de la comunicación social en Cuba”.

Muy bien, pero no es en el primero ni en el tercero, sino en el centro, en el nacionalismo revolucionario, donde está la clave, y el modelo no puede ser otro que el fascismo italiano. Ahora bien, no quites de la mezcla el ingrediente nacional que describes al final del párrafo. Los modelos externo e interno no eran de ningún modo incompatibles y su convergencia bajo el rótulo de marxismo les fueron muy útiles a FC. No hay duda que no me he equivocado contigo. Pero todavía necesitas cuatro o cinco indicaciones más. Regresaré mañana pues todavía debo desintosicarme de los Rutini que tanto me agradan en mis funciones de censor.

Anónimo dijo...

Por casualidad encontre este Blog al entrar a Google con "IPUE Raul Cepero Bonilla", y asi pude leer la información que dió "analista".
Resulta que soy graduado del Cepero,(Jose A. Saco entre San mariano y Vista Alegre), de su tercera graduación (1967 la misma de Orlando Rojas, Ana Cairo, Mario Naito, Ismael Gonzalez "Manelo", Jose Achucarro, Albertina Mitjans, Nora Espi,Josefina Espeleta, Gavilondo,Lourdes Zumalacarregui,Gustavo Pineda,etc,etc), entré en 1964, y fue entonces que se tuvieron los 3 años por primera vez. Se puede decir mucho acerca del Cepero, demasiado para un comentario en un blog, pero en esencia, lo que dijo el analista es cierto. Uno lo notaba cuando habia alguna actividad y se compartia con alumnos de otros pre de becados, los normales, la diferencia era notoria, de entrada los planes de estudio eran otros,diferentes a los regulares de los demas PreUniversitarios, en todas las materias, por ejemplo, en Física, recuerdo que el libro de texto del primer año era el mismo que usaban los alumnos del 1er año de la Universidad. Se daban 3 idiomas, ingles, frances y ruso. El ruso para todo el mundo, pero los grupos se dividian en 2, los llamados claustros, el claustro de frances daba ruso y frances, y el de ingles pues ruso e ingles. Las clases eran mañana y tarde y por la noche estudio en las aulas con los coordinadore nocturnos. Recuerdo que en el primer año, ademas de la Educ. Fisica, habia judo obligatorio.
En fin, para no hacer esto mas largo, creo que para los que estudiamos en el Cepero, al menos en sus primeros 6 años, fue una experiencia fabulosa.

Un antiguo becado.

Anónimo dijo...

"En 1960, Waldo Frank contraponía el frenesí de la Lupe, propio de la Cuba de ayer, decadente y neurótica, al baile de los trabajadores que en el recién creado círculo obrero Cubanacán bebían sin llegar a embriagarse, pues lo estaban ya del espíritu revolucionario". muy bien pero había una artista más importante que La Lupe en los sesentas, que representaba la libertad más que ninguna otra, y la desaparecieron desde 1967. Búscala.

Anónimo dijo...

Hblando de bibliotecas y se te olvida la de Ramón Vasconcelos. En su casa de Miramar (que tenia un elevador para llegar a la biblioteca) tenía 25,000 volúmenes, era la mayor después de la de Fulgencio, que dicen sobrepasaba los 30,000, todos anotados. Los 20,000 de Labrador se quedaban cortos. Y en colecciones de arte, Vasconcelos con sus Utrillo y Batista con sus Sorolla dejan a un lado a nuestro Carpentier...

Duanel Díaz Infante dijo...

Cómo no, censor, espero tus indicaciones para poder superarme, y algún que otro dato de interés, como por ejemplo la identidad de esa artista tan importante que desaparecieron en el 67. ¿no estarás hablando de Miriam Acevedo? porque se exilió más o menos por esta fecha.
A los otros dos anónimos muchas gracias por esas informaciones sobre el Cepero Bonilla y las bibliotecas de Vasconcelos y Batista.

Anónimo dijo...

No es ni Miriam Acevedo ni Luisa María Güell. Lograron salir antes de que las martillaran. Búscala. Pero te doy otra clave. Poco después de sus conciertos independientes de 1966/7 en el teatro de la Comunidad Hebrea, el gobierno decidió intervenir el edificio: los judíos se quedaron sólo con el restaurante y la sinagoga. No sé si la causa fueron los conciertos pero se trataba de una audiencia no muy digerible para el sistema. Sobre Vasconcelos te agrego algo más: a su regresó a Cuba FC le dio una residencia en Cojimar pues de la suya no había quedado ni el parquet con los guajiros y los chanchos que metieron en ella y puedes imaginarte para qué usaban los libros.

Anónimo dijo...

Duanel, te quedó bueno el ensayo este.
Lo imprimiré y leeré con detenimiento.
Te diré luego mi criterio.
Saluditos.

Duanel Díaz Infante dijo...

Gracias, Nathalie.

Anónimo dijo...

Hola Duanel:
Leí tu texto, me gustó.
Qué bueno que hayas citado a Nivaria Tejera. Hace falta que la gente de tu generación se acerque a su obra : El barranco, Sonámbulo del sol o Espero la noche para soñarte Revolución son libros imprescindibles.
Saludos.
François