Los años 80 fueron años de cierto "deshielo" implementado por el Ministerio de Cultura bajo la dirección de Armando Hart, y también de balance. La compilación Revolución, letras, arte es ejemplo de ello. Publicada por Letras Cubanas en 1980, el año del segundo congreso del Partido Comunista de Cuba, lleva en su portadilla un lema de ese evento: "La fuerza del Partido radica en su vinculación estrecha con las masas". El tomo incluye escritos considerados "propiamente exposiciones de nuestra política cultural", así como otros que "se refieren a diferentes manifestaciones del arte y las letras cubanas en su decursar histórico." Abre, desde luego, Palabras a los intelectuales (1961), sigue El socialismo y el hombre en Cuba (1965), luego viene Problemas del arte en la Revolución (1967), diálogo entre Carlos Rafael Rodríguez y estudiantes de la ENA; después el Discurso en la clausura del II Congreso de la UNEAC (1977) de Hart. No falta el Itinerario estético de la Revolución Cubana (1975), donde José Antonio Portuondo escribe la historia desde el punto de vista de los vencedores de 1971 (los marxistas dogmáticos), sentando un canon que no sería realmente cuestionado hasta que a raíz de la caída del muro de Berlín resurgen los marginados y empieza a hacerse otra historia.
La antología en cuatro tomos Pensamiento y política cultural cubanos fue publicada por Pueblo y Educación en la década de 1986 y 1987. La nota de contraportada que comparten todos los volúmenes afirma que “los antecedentes de la política cultural cubana los encontramos en el siglo XIX, en el pensamiento vivo de Félix Varela, aquel “que nos enseñó a pensar”, por lo cual podemos afirmar que desde la época colonial, antes del nacimiento de nuestro Héroe Nacional, José Martí, y una centuria antes del triunfo revolucionario de enero de 1959, ya existían definiciones muy precisas acerca de la política cultural cubana, aunque esta se reveló explícitamente, por primera vez, en las Palabras a los intelectuales.” La noción de “política cultural” es así extrapolada a tiempos anteriores a la existencia, no ya del estado nacional, sino de la propia nación, que no surge, según el canon revolucionario, hasta 1868. Conformando lo que vendría a ser la prehistoria de la “política cultural cubana”, Varela, Luz y Caballero, Martí, Villena, Mella, serían ilustres precursores de la auténtica revelación: el discurso de Castro en la Biblioteca Nacional. La cultura cubana toda resulta así prácticamente reducida a estos “antecedentes” entre los que no se incluye a figuras como Casal, Montoro y Mañach, pero sí a otras a todas luces menos significativas como Enrique Collazo, Julio César Gandarilla y Enrique Roig de Leuchsenring. De Medardo Vitier se antologa las “Ideas políticas de Diego Vicente Tejera”, pero no, desde luego, por el autor –cuya obra Las ideas en Cuba había sido reeditada en 1970 con una nota de la editorial en la que se “advierte” a los lectores de los peligros de su método no marxista–, sino por el mero hecho de que el poeta de “La hamaca” era socialista.
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