Ayer se cumplió una década del suicidio de Ángel Escobar, nos ha recordado Manuel Sosa. Del único cuaderno de Escobar que tengo a mano -el libro póstumo La sombra del decir- copio aquí el poema “Otro”:
Si yo no fuera un cuchillo
podría conversar con alguien que anda por ahí.
Le diría que su horror es mi horror,
pero desde otro lado –
lo atroz no tiene nunca una sola cara.
O quizá todo sería silencio.
Mi balbuceo no alcanza a formar juicios.
Si ese, de quien me despido sin ver,
no fuera a su vez un cuchillo,
la conversación no sería ya la leche derramada,
o la doncella descuartizada en su aposento.
Él viene de un mundo que a mí me está prohibido,
donde una moneda se iguala a la vigilia
y la pesadilla sólo engendra dos cuervos
que, paulatinamente, la han sacado los ojos,
por lo que no podría verme, aunque quisiera.
A mí me taponearon los ojos con el miedo _
tampoco podría verlo aunque quisiera.
Yo vengo de un mundo que a él le está vedado,
donde el sueño es lo estéril que añora una cigarra,
y un atardecer casi lila dice que esta es la tierra
que nos dieron, donde sería bonito remontar
sin más un papalote, y arrimarle un ramito
de albahaca al próximo suicida.
Alguna luz sobre el sentido de este "otro" que, con varios disfraces, aparece una y otra vez en la poesía última de Escobar, echa quizás este fragmento de una carta suya a Alain Sicard, publicada recientemente en Unión:
“Se supone, es cierto, ya no hay duda: un día como mañana llega Colón, y llega, y antes escribe en su Diario: “Vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar”; vieron ellos, en lo posible de la visión y ante el equívoco del Asia: ¿cómo no extrañarse y ver de nuevo el fuego, pero desde los ojos del otro, aquel para el que el fuego y lo maravilloso no son un advenimiento ni una costumbre ni un pacto?” (Carta del 11 de octubre de 1993)
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