Finalmente, las autoridades de la UNEAC se pronuncian en una Declaración que, como era previsible, declara todo resuelto. Más de lo mismo: quienes nos negamos a llamar “errores” a las medidas represivas de los setenta somos deshonestos y anexionistas; la protesta es un “intercambio de opiniones”; la aparición de los antiguos comisarios no responde a una política del ICRT sino a “graves errores”; es necesario trabajar en coordinación con ese organismo “en la promoción a través de los medios de obras y creadores que expresen las auténticas jerarquías intelectuales y artísticas de la cultura cubana.”
¿Podemos, esperar, entonces una “Impronta” dedicada a Manuel Díaz Martínez? ¿Otra a Reinaldo Arenas? ¿Será invitado próximamente Pepe Triana a “La diferencia”? No, desde luego, pues lo primero es defender la unidad que “la política cultural” “garantiza”. Hace un tiempo, en pleno esplendor de la Batalla de Ideas, se declaró irreversible al socialismo; ahora llegó su turno a “la política cultural martiana, antidogmática, creadora y participativa, de Fidel y Raúl, fundada con “Palabras a los intelectuales”. Como la Revolución, ese Reich que dura ya más de cuatro décadas, la política cultural es una: Verde Olivo, bajo la dirección de Raúl Castro, y el Congreso Nacional de Educación y Cultura, clausurado por Fidel Castro, no son parte de ella, pero sí, en espíritu, Martí, a quien han desfigurado al punto de hacerlo precursor del uso del término de “gusanos” para nombrar a los "contrarrevolucionarios".
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