martes, 16 de enero de 2007

Respuesta a Alexis Figueredo

En su carta a Encuentro en la red Alexis Figueredo recuerda mal aquella polémica mía con Hernández Busto. Me veo, entonces, obligado a refrescarle un poco la memoria: “Quien se tome el trabajo de releer las primeras declaraciones de su entrevista en Encuentro en la red verá que allí (Hernández Busto) no afirma sólo que la polémica sobre el canon literario cubano ha tenido lugar fuera de la Isla, sino también que los críticos involucrados en ella –de los que menciona sólo a algunos, dando por sentado que de citar más no haría sino reforzar su argumento– no “escriben hoy dentro de Cuba”, afirmé entonces. Y me limité, para desmentir la tesis de que “en el debate sobre el tema del canon ha sido el exilio lo que ha provocado una necesidad de enlistar la tradición fuera del comportamiento bovino de un discurso ultranacionalista”, a ofrecer considerable evidencia en contra. Sostuve, pues, que muchos desde Cuba habían participado en ese debate –lo que hoy, desde luego, suscribo–, y nunca que en la Isla existiera un “debate real democrático”.
Si Alexis Figueredo no capta esta evidente diferencia, creo que no hace mucha gala de esa inteligencia que sugiere yo le insulto ahora a los lectores. Es falso, además, que yo acuse a alguien de bizantinismo; más bien, Eliseo Alberto me lo atribuye al señalar que hago en algunos de mis comentarios “gala de una evidente ofuscación teórica”. Y es falsa también la sugerencia de Figueredo de que mi “postura teórica” se ha “adaptado” “de acuerdo al escenario”. La crítica de la crítica de los “errores” que hago en mis comentarios a la carta de Desiderio Navarro está ya en mi libro Límites del origenismo, escrito en Cuba e incluso publicado por Colibrí antes de mi salida. En mi ensayo “Desventuras de la “conciencia crítica” en la Cuba del sí”, escrito en enero de 2004 para la antología La utopía vacía. Intelectuales y estado en Cuba, coordinada por Carlos Alberto Aguilera, señalaba también la no solución de continuidad entre las Palabras a los intelectuales y el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.
Desde luego, desde acá disfruto de una libertad de expresión que, de haber ejercido en Cuba, no hubiera salido de allí sino más bien entrado a la cárcel, pero no es cierto que yo haya “acomodado” mi discurso al nuevo escenario al punto de negar ahora lo que entonces defendía y viceversa. En todo caso, todos tenemos derecho a cambiar de opinión; no somos rehenes de lo que un día defendimos.

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